Aunque Bailen costara a los franceses su primera derrota con un saldo de 2.000 bajas mortales y la rendición de 20.000 soldados que se entregaron prisioneros de los españoles, no ha sido óbice para que el nombre de Bailén y la fecha de ese día, 19 de julio, se hallen cincelados en el Arco de Triunfo de la plaza de la Estrella de París como una victoria más en la cuenta del Emperador.
El levantamiento de Andalucía contra el francés, iniciado en Sevilla el 26 de mayo, había dado a la Junta formada en esta ciudad una posición preeminente, en especial en lo tocante a lo militar, pues desde el momento, Castaños, gobernador a la sazón del campo de Gibraltar, recibía el mando supremo en lugar del capitán general de Granada, Escalante, pese a la mayor antigüedad y graduación. Esta era una muestra más del carácter revolucionario que la guerra había adquirido del lado español.
La Junta de Sevilla, presidida por Saavedra, y Castaños como general en jefe de Andalucía, procedió a reorganizar un ejército capaz de rechazar a los franceses. Para ello, Castaños, estableció en Utrera su cuartel general y comenzó a ordenar las heterogéneas fuerzas de que podía disponer, incorporando a los cuadros del ejército regular los voluntarios que se presentaban en gran número -"me limité, dijo luego, a completar con 2.000 hombres cada regimiento y despaché a sus casas unos 12.000 paisanos que consideraba inútiles por no querer llevar ningún regimiento que no fuese organizado".
En Córdoba, pusieron fin a su posición vacilante los enviados de la Junta de Sevilla, y se comenzó a organizar la resistencia nombrando al teniente coronel Echavarri para presidir la Junta provincial y dirigir a los voluntarios, que muy pronto alcanzaron la cifra de 15.000 hombres, a los que se sumaron 1.400 veteranos integrados en tres batallones procedentes de Ronda. Con estas fuerzas cubrió el puente de Alcolea y sus accesos como el lugar más indicado para defender Córdoba. El 7 de junio un ataque frontal del batallón de cabeza francés les permitió ocupar el puente, y las fuerzas españolas que trataron de establecer una nueva posición la abandonaron, como siempre, por temor a las maniobras francesas de flanqueo. La toma de Alcolea supuso la ocupación de Córdoba, que fue sometida a un saqueo sistemático que duró los nueve días que permaneció ocupada la ciudad, al cabo de los cuales el ejército francés había aumentado su impedimenta con más de 500 carros destinados a transportar el producto del pillaje
Desde Córdoba, después del saqueo de sus tropas, se disponía a continuar Dupont su marcha victoriosa , cuando supo que el general don Francisco Javier Castaños, abastecido de armas por los ingleses, se aproximaba a diversas capitales de la baja Andalucía. Llegaba, a toda prisa, de Sevilla y de Granada, con un ejército compuesto de 25.000 soldados, 2.000 jinetes y 50 piezas de cañón.
A pesar de su fácil victoria en Alcolea, Dupont se dio clara cuenta de la imposibilidad de proseguir su avance, cuando recibió noticias de la marcha de un ejército español veterano con no menos de 25.000 hombres al que apoyaban, además, los ingleses desde Gibraltar. Para proseguir su misión reclamó de Murat el envío de refuerzos y la apertura de sus comunicaciones. Al no recibir respuesta alguna, era patente que había quedado cortado con sus bases, situación que le obligaba a retroceder por el mismo camino para cortar la distancia que habían de recorrer los refuerzos con los que aún esperaba dominar Andalucía. El 16 de junio abandonó Córdoba, y tres días más tarde se establecía en Andújar, ciudad en la que permanecería un mes entero, período de tiempo en el que cambiaron decisivamente los elementos de la situación estratégica.
Pensó en un primer momento contener a los de Cádiz y Sevilla desde el puesto en que se hallaba; pero temió que sus comunicaciones fueran cortadas o amenazadas por los que subían desde Algeciras, y desde Málaga y Granada. Entonces, decidió retroceder. Deshizo su camino duramente. Realizó una marcha trágica. Los naturales del país sabían lo ocurrido, conocían sus desmanes, y, a su entusiasmo previo, se unió la indignación causada por los daños, y a consecuencia de esta, se vengaron cruelmente contra los franceses rezagados y los huidos.
Dupont quedó en la ratonera. Se dio perfecta cuenta de su comprometida situación, y aceleró lo más que pudo. Iba en busca de apoyo, hacia Bailén. Sabía que Vedel y Gobert habían pasado Despeñaperros con objeto de auxiliarle. Pero en cada pueblo o en cada aldea de Sierra Morena se constituía un núcleo combatiente, que, con un jefe improvisado, tendía emboscadas, sorprendía convoyes, se apoderaba de sus carros o fusilaba impunemente a varios hombres.
En efecto, los generales Vedel y Gobert se aproximaban. Gobert quedó instalado en la bifurcación que hay en Bailén-a Córdoba y a Granada-, en tanto que Vedel siguió su marcha con objeto de auxiliar a Dupont. De este modo, el Guadalquivir quedaba protegido, en Mengíbar, a vanguardia de Bailén, por las fuerzas de Gobert, y, en Andújar, más al Oeste, por el propio Dupont. El río hacía de foso; y la posición era discreta.
Pero Castaños supuso que Dupont no cedería hasta alcanzar Bailén, dejando, a lo sumo, un destacamento reducido en las cercanías de Andujar y acudió velozmente, con la división de Reding-suizo de origen y que mandaba tropas casi enteramente suizas-y con las de Jones y de La Peña, por las carreteras principales de la zona. Su idea de maniobra consistía en arrollar a los franceses que estuvieran en Andújar, cerca del puente y en el recodo del camino, en tanto que Reding derrotaba al enemigo desplegado en Mengíbar. Entonces, Reding amenazaría la izquierda del contrario; mientras que él mismo-el general Castaños-se uniría a Campigny, que iba a pasar el río por un vado intermedio, por donde envolvió a los franceses por el Norte.
Dupont se dio perfecta cuenta de su nueva situación; y en cuanto Vedel llegó a Andújar, lo hizo retroceder hacia Bailén, sin duda a fin de reforzar los elementos desplegados por Gobert, y evitar -de esa manera-toda amenaza lateral contra su propio frente. Pero el regreso mencionado fue durísimo; la gente estaba ya rendida cuando acabó su marcha hacia el Oeste. Deshacer la ruta es siempre duro; pero, en días de calor tórrido como el de las cercanías de Córdoba en aquella época del año hizo que la marcha fuera más dura todavía. Vedel tuvo que andar de noche, por fuera de caminos, cerca de la sierra y escondido entre barrancos, para no verse sorprendido por los españoles que pasaran prematura o cautelosamente el río Guadalquivir. Su gente sufrió sed, y muchos hombres se quedaron en camino por su disentería. La fuerza, que pudo alcanzar el objetivo, llegó rendida y agotada; y, además, llegó tarde, después de ver cómo las huestes de Castaños realizaban su proyectado plan.
Reding fue el primero, de entre los colaboradores del ilustre general, que estableció contacto con los franceses. Subía desde Granada, y se los tropezó en Mengíbar. Los empujó con brío, y les obligó a ceder la zona que ocupaban. Fue entonces Gobert herido y muerto en pleno campo lo que ocasionó que los suyos, pasando por Bailén, retrocedieran hacia La Carolina, que, situada en alto, permitiría dominar la situación e integraría una perfecta posición de retaguardia, a la cual se acogería, en caso necesario, el propio Dupont.
Este, en efecto, casi en contacto con Castaños -y temiendo a las partidas de la sierra, sobre su retaguardia- se despegó muy sigilosamente de sus varias posiciones defensivas, a fin de retirarse hacia Bailén, y, de este modo, unirse a los demás y dar una batalla decisiva. Pero de camino, se encontró con Reding y el Marqués de Campigny (que había pasado el río más abajo), y tuvo que resignarse a una batalla inesperada. Su gente, mal desplegada, sedienta y sofocada, se halló frente a una tropa con más brío, o más acostumbrada a la temperatura que reinaba. Los españoles embistieron; y sus garrochistas formaron muros infranqueables. Acometieron inclusive, con sus picas.
La distribución de fuerzas realizada por Dupont en su retirada refleja el temor a un ataque a su retaguardia por parte de Castaños, lo que le llevó a destinar sus mejores tropas a cubrir esta parte de la columna. Al amanecer del 19 de julio Dupont descubría ante sí a las fuerzas españolas, distribuidas en tres líneas que cubrían los accesos a Bailén desde las alturas del Cerrajón y el Zumacar chico, en tanto siete batallones situados al otro lado de Bailén protegían la retaguardia española contra un ataque de las tropas de Vedel.
A las dos de la tarde, Dupont , herido, sin saber donde se encontraba exactamente Vedel y con bajas que ascendían a unos 2.000 hombres, solicitó una suspensión de hostilidades, ofreciendo evacuar Andalucía a cambio de obtener paso libre para sus fuerzas. Reding se negó a aceptar nada que no fuese una tregua de horas para consultar a su comandante en jefe. El ofrecimiento de Reding era más de lo que los franceses podían esperar, por cuanto, durante las conversaciones, había tenido lugar la llegada de la división de reserva mandada por Lapeña, el cual disparó cuatro cañonazos anunciando su llegada al arroyo Rumblar. A esta hora la columna de Vedel, que había iniciado la marcha a las cinco de la mañana, reanudaba su progresión después de haber pasado el mediodía descansando en Guarromán, llegando a las cinco de la tarde a la vista de las fuerzas españolas, a las que atacó, a pesar de habérsele notificado la existencia de una tregua. Una orden escrita por Dupont inmovilizó finalmente a sus hombres.
Dos días pasaron, sin capitulación. Las negociaciones fueron lentas; y las quejas, numerosas. Los generales del ejército de Francia fueron autorizados a llevarse un coche personal y otro vehículo para sus bagajes; y, a los oficiales, se les permitió marcharse con un solo carruaje para todo. La tropa fue conducida, vía Cádiz, a la isla de Cabrera, y dio lugar a comentarios vejatorios a causa de unas supuestas crueldades cometidas por nosotros. Pero la verdadera crueldad estuvo en la diferencia de trato entre la tropa y los jefes; diferencia resultante de unas negociaciones que estuvieron encauzadas hacia el bienestar de los segundos. Napoleón dijo más tarde que los jefes superiores habían entregado a su tropa con objeto de salvar el fruto de su rapiña. Lo cierto, en todo caso, es que Castaños se mostró generoso. Incluso en el acto de la entrega, cuando Dupont le dio su espada, enumerando las batallas en que con ella había vencido, a lo que repuso, humildemente, que Bailén era su primera y única victoria.
La batalla de Bailén se desarrolló en el espacio limitado por un triángulo de escasas dimensiones. Sus vértices se hallaban en la población de Andújar, en el vado de Mengíbar y en la propia villa de Bailén. Los dos primeros fijan la hipotenusa, que sigue, aproximadamente, el valle del Guadalquivir; Bailén, en cambio, que dio su nombre a la batalla, está en la intersección de los catetos.
En realidad, Bailén no fue una auténtica batalla, sino un conjunto de operaciones militares destinadas a realizar un acto que no tuvo lugar. Pero, en tanto que esas operaciones se desarrollaban, unos combates imprevistos, unas maniobras coordinadas, varias marchas y contramarchas de una dureza extraordinaria.... condujeron a una acción en la que el general Castaños se mantuvo muy sereno y supo aprovechar el éxito logrado por los suizos, la intervención de las partidas, el valor de nuestros hombres y la situación desconcertante en que Dupont y su gente se encontraron. Bailén tuvo mucha resonancia. Sus consecuencias fueron decisivas para España y para el Mundo.
Bailén originó una sacudida. Demostró a una Europa sojuzgada por Napoleón como el espíritu unido de los pueblos puede vencer todos los poderes míticos, y sobre todo, hizo saber que los franceses no eran invencibles; y estos aprendieron-a su vez-que la ocupación de España no iba a consistir únicamente en un «paseo militar».
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