A Martin Richard le gustaban los maratones. Hace años, cuando solo era un chaval de guardería y su familia lo llevó a una carrera de cinco kilómetros en el sur de Boston, insistió en que su madre lo soltara de la sillita en la que le estaban transportando y echó a correr con el resto de participantes aquella mañana lluviosa. "Se lo pasó en grande, chapoteando en todos los charcos", recuerda hoy un amigo de sus padres, Jack Cunningham.
Hoy es imposible que esa historia no traiga terribles recuerdos a los padres de este niño de ocho años, al que llevaron al maratón de Boston el lunes pasado y dejaron que se lo pasara en grande. Esperaba, mientras comía un helado, a que sus amigos llegaran a la meta en la que se encontraba él cuando pasó lo inimaginable.
Al día siguiente, una vela ardía frente a la puerta de los Richard en el barrio de Dorchester de Boston. Al lado había una pizarra con la palabra "PAZ" escrita en mayúsculas. Cerca del césped seguía, olvidado, el casco para la bici de tamaño infantil.
No muy lejos de allí, en un parque, se había erigido una gran pancarta. "Rezad por Martin", decía. A su alrededor había congregados varios vecinos, cada uno sujetando su propia vela, rezando por el muchacho de ocho años que había muerto hacía 24 horas.
El niño, el mismo niño que hacía solo unos días había colgado una foto en su Facebook en la que sujetaba una pancarta que decía "Basta de hacerle daño a los demás", se convertía así en una de las tres víctimas mortales de las dos explosiones durante el maratón de Boston que han traumatizado a Estados Unidos. La mujer de su padre, Denise, sufrió heridas graves en el ataque.
La hija de ambos, Jane, también resultó herida y hay vecinos que aseguran que ha perdido una pierna. Henry, el hijo mayor de la pareja, salió ileso. A Bill, el padre, le tuvieron que ser extirpados varios rodamientos de las piernas.
"Mi querido hijo Martin ha muerto de las heridas que sufrió en el ataque a Boston", publicaba su padre tras la muerte del pequeño. "Mi mujer y mi hija están recuperándose en el hospital. Queremos darle las gracias a nuestra familia y amigos, a los que conocemos y a los que no, por su presencia y sus oraciones. Os ruego que sigáis rezando por mi familia mientras recordamos a Martin".
Uno de esos amigos es el legislador de Massachusetts, Stephen Lynch (hermano de Barbara, dueña de los locales que están reforzando la actividad comercial en el sur de Boston, precisamente donde Martin descubrió su pasión por los maratones) recuerda cómo la familia luchaba por salir de las gradas tras el primer impacto. Entonces hubo otra explosión. "Estaban en la turba mientras los corredores buscaban a los suyos cuando explotó la siguiente bomba".
"Todavía recuerdo cómo su madre le llamaba cuando había hecho algo mal. '¡Martin!', decía", rememora Betty DeLorey, de 80 años, que vive en la casa de al lado. A Martin, añade, le gustaba trepar por los árboles y practicar deportes con su hermana y otros niños del barrio. "Era un niño muy vivaz", se lamenta. Hay otra foto en su Facebook que demuestra algo a tal efecto: Martin, en Halloween de 2009, vestido como Woody de las películas de Toy story y junto a su hermana.
"Su sonrisa valía un millón de dólares y nunca sabías por dónde te iba a salir", añade Judy Tuttle, otra amiga de la familia. "Denise es una madre espectacular y Bill es un referente en su comunidad. No hay gente mejor que esta", añade, al recordar el día en el que tomó té con Denise, una bibliotecaria, mientras Martin hacía sus deberes. "Conocer a ese niño era quererlo", sentencia
Fuente: gaceta trotamundos
No hay comentarios:
Publicar un comentario