La capacidad de algunas personas para superar obstáculos y transformar los recursos en fuente de subsistencia, desarrollo y oportunidades de vida para su familia, entorno inmediato y comunidad es una cualidad universal que las convierte en auténticas dinamizadoras del cambio social, por lo que promover el empoderamiento de estas personas es una estrategia fundamental para el desarrollo sostenible desde la base.
Nos hacemos eco de la historia de Regina Tchelly DeAraujo Freitas y su proyecto Favela Orgánica.
Favela Orgánica es la iniciativa de Regina para la implantación de pequeños huertos biológicos en el interior de algunas de las enormes favelas brasileñas, tales como Santa Marta, Babilonia y Complexo Alemao, con más de 200.000 habitantes. La amplia dimensión del proyecto tiene una vertiente como actividad “pacificante”, incluida en el marco de una operación del gobierno del ex presidente Lula, para liberar a estas comunidades de la violencia y la mala calidad de vida que las caracteriza. A su vez, el proyecto tiene un distintivo carácter innovador al promover una cultura culinaria que favorezca el consumo de alimentos sanos, biológicos y locales con especial énfasis en su aprovechamiento integral; además de iniciar una reflexión sobre el escándalo del desperdicio alimentario que también alcanza a las realidades más pobres, con la intención de provocar un cambio positivo en los hábitos alimenticios de las personas, que si bien puede que no padezcan hambre, si rozan problemas de malnutrición al no tener acceso a una alimentación adecuada y de calidad.
La sabiduría del aprovechamiento integral de los alimentos destaca en este enfoque alternativo de Regina, por producirse en pleno momento de esplendor de la gastronomía del exceso y en el entorno de Sudamérica, donde la mayoría de las veces, la gastronomía se entiende solo desde una perspectiva hedonista y sibarita, que olvida la complejidad del mundo actual en cuanto al reparto de los alimentos y los profundos desequilibrios del sistema alimentario mundial.
Regina entiende su trabajo de cocinera y gastrónoma como una conjunción entre el placer alimentario y el compromiso cívico para el bienestar de la comunidad. Con el apoyo de Slow Food Brasil, en la cocina de su pequeña casa comienza a dictar cursos a los jóvenes para instruirlos en la utilización de todas las partes de los alimentos, incluso aquellas que normalmente se desechan como las pieles de las verduras, las semillas o el agua de cocción de algunos productos.
Para ello se sirve de recetas y técnicas basadas en la creatividad culinaria y la sabiduría del aprovechamiento, llegando de manera natural al segundo mensaje de su proyecto: la utilización de materia prima orgánica, porque solo esos alimentos son capaces de garantizar que conservan todos sus nutrientes y están libres de sustancias nocivas para la salud, concienciando sobre un tema tantas veces oscurecido por la atractiva oferta, por aspecto y precios, de la industria alimentaria.
El concepto de “Favela Orgánica” ha calado hondo y se ha extendido más allá del estado de Río de Janeiro y ya está presente en Pernambuco, Paraiba, Minas Gerais, Cearà y San Paolo. Esta iniciativa es parte de un amplio movimiento que se está desarrollando en todo Brasil, con personas y asociaciones como Gastromotiva, que se dedica a formar jóvenes chefs, sostiene proyectos de gastronomía social en todo el país y ha hecho suya la visión de la gastronomía como un instrumento de inclusión social y de integración de las áreas urbanas más difíciles.
Estos proyectos que se nutren de la voluntad, el compromiso social y la comprensión de la alimentación como una necesidad integral del ser humano que apuestan por la salud, la cultura y el placer, representan una forma de vincular una de las más vitales e impostergables necesidades humanas, comer, pero esta vez con la perspectiva de entender que el acto de comer -bien sea con escasos recursos o desde la abundancia- implica la responsabilidad de elegir de manera consciente, conectando con el valor del alimento y su origen como bien cultural.
Sus alumnos dicen en el blog oficial del proyecto que “han aprendido a apreciar la comida y todos sus nutrientes o la importancia de no generar tantos residuos para el medio ambiente”. Defienden además, que la idea “puede servir a otros países de inspiración”. En España, sólo los restaurantes desperdician cada año más de 63.000 toneladas de comida, recoge EFE.
Dos veces por semana, los 16 miembros del equipo de Regina se reúnen con los habitantes de Favela Babilonia e imparten clases, -sobre todo a amas de casa- sobre “cómo fabricar un pequeño jardín-huerto en poco espacio” o "cómo preparar un suculento y barato menú utilizando desperdicios".
Pastelillos de piel de plátano, rissotto de cáscara de sandia, croquetas de piel de ñame, quiche de tallo de brócoli o mermelada de cáscara de maracuyá forman parte de una larga lista de delicatessen a base de lo que “cualquier madre descartaría normalmente”.
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