La importancia de la figura de Pedro Abelardo como filósofo y teólogo es una cuestión a debate, para unos fue un innovador y para otros no pasa de la mediocridad, aunque se le reconoce una cierta importancia respecto de algunas cuestiones, el filósofo considerado un peripatético medieval tenía el gran don de la elocuencia destacando sobre todo en la dialéctica; se da también cierta importancia a algunas de sus teorías sin concederle la trascendencia que algunos han querido atribuirle al considerarle el Descartes de su época o el predecesor de Rousseau, Lessing o Kant. Para estos últimos la filosofía medieval tiene otros nombres que no conviene olvidar tan significativos como los de Juan Escoto Erígena y, sobre todo, San Anselmo a los que consideran los verdaderos pilares de las innovaciones del pensamiento medieval.
Otro aspecto en el que se destaca su actividad es en la lírica considerándole uno de los grandes trovadores de la época, a lo que ayudó sin duda el episodio de sus amores con Eloísa. Al parecer era un gran poeta lírico y un excelente músico, de esta forma sus composiciones se hicieron famosas y populares; son canciones de tema amoroso aunque algunas de ellas fueran escritas mucho antes de su relación con Eloísa. Se cuenta que componía letra y música con el fin de que las pasiones que las animaban se comunicasen por dos sentidos; al decir de algunos, pronto se convirtieron en el entretenimiento de los literatos, las delicias de las mujeres o el idioma secreto de los amantes.
Pedro Abelardo nació, en el año 1079, en el seno de una familia noble de la Bretaña menor. Al servicio de Iboel IV Duque de Bretaña, su padre, Berenguer, controlaba la zona y sus posesiones desde su castillo feudal en la ciudad de Le Pallet, próxima a Nantes, como todos los señores de la época ejercía el oficio de las armas aunque había recibido cierta educación en su juventud y decidió no privar de ella a sus hijos. Pedro, el primogénito, seducido por las Letras y el estudio cedió sus derechos de progenitura sobre tierras y vasallos a su hermano menor y dedicó su vida al aprendizaje y posterior enseñanza de la Filosofía y de la Teología, única profesión liberal de la época. Pasando así a convertirse en Pedro Abelardo; nombre, éste último, tomado de la palabra Habelardus (abeja francesa), en recuerdo del escritor de la Antigüedad llamado Abeja Ática, y unió al estudio de los de San Agustín y de otros Padres de la Iglesia a algunos de clásicos como Cicerón.
Anheloso del saber frecuentó escuelas y después de dominar el Trivium y el Quadrivium, y con veintiún años se dirigió a París donde se encontraban las más famosas escuelas de la época. Asistió a la escuela episcopal allí, en el claustro de Notre Dame, Guillermo de Champeaux impartía sus enseñanzas basadas en las teorías realistas de San Anselmo, distinguiéndose por la sutileza de su discurso y su elocuencia. Pronto él mismo impartía enseñanzas y a partir de 1102 lo hizo en Melum y Corbeil, adquiriendo gran fama pese a los enfrentamientos que tuvo con algunos de sus maestros. En 1113 le encontramos nuevamente en París enseñando la lógica peripatética, y planteaba doctrinas contrarias a las de su antiguos maestros el realista Guillermo de Champeaux y el nominalista Roscelin en cuestiones capitales de la Escolástica como Los Universales. También disintió de las enseñanzas de Anselmo de Laón. En 1118 conoció a Eloísa cuando sólo contaba 17 años.
Poco o nada sabemos de su familia, únicamente un nombre sin apellido ha llegado hasta nosotros, por lo que desconocemos su origen. Las crónicas dicen que nació en París y también que recibió una primera educación en el convento de Argenteuil, lo que permite intuir una cierto nivel económico familiar; allí recibiría, sin duda, una formación adecuada a su sexo y al papel que debía asumir cualquier mujer decente de la época: el de esposa y madre; aunque, al parecer, ella supo aprovechar bien el tiempo y las ocasiones dedicándose con ardor al estudio lo que la permitió adquirir la formación intelectual que le dio tanta fama como su singular belleza; siendo conocida en todo el reino por su talento e instrucción.
Lamartine en sus estudios sobre el tema incluye algunas de las descripciones de ella se hacían: “una joven de elevada estatura, cabeza oval ligeramente deprimida por la tensión del pensamiento hacia las sienes; una frente elevada y llana en donde la inteligencia se movía sin obstáculo, como un rayo cuya luz no quiebra ninguna esquina sobre un mármol; unos ojos grandes cuyo globo debía reflejar el color del cielo, una nariz pequeña y un poco elevada hacia la punta, tal como la modelaba la escultura, siguiendo á la naturaleza de las estatuas de las mujeres inmortalizadas por la celebridades del corazón; una boca en la que respiraban libremente, entre hermosísimos dientes, las sonrisas del talento y la ternura del alma.” Los historiadores de la época y el propio Abelardo dicen que en ella cautivaban sus ojos: “no tanto por su belleza, sino por su gracia, esa fisonomía del corazón que atrae y obliga a amar porque ella ama. Belleza suprema muy superior a la belleza que solo obliga á admirar”.
En 1118 se encontraba en París bajo la tutela de su tío, el canónigo Fulberto; los expertos mencionan la posibilidad de que incluso pudiera tratarse de su padre, quien conocedor de sus grandes dotes intelectuales y su inclinación al estudio consiguió para ella el mejor de los maestros posibles: Pedro Abelardo.
La obra escrita por el filósofo en 1135: Historia Calamitum o Epístola prima, es en realidad una especie de autobiografía, ya que en ella él mismo relata la historia de sus desventuras, en un intento de minimizar las desdichas de un amigo que se quejaba de las propias; lo que nos sirve para conocer los hechos de primera mano.
Recuerda que tras una estancia en su Bretaña natal, hacia 1118, regresó a París buscando retomar las enseñanzas de Guillermo de Champeaux, su primer maestro; y que fue entonces cuando conoció la fama que rodeaba a Eloísa; joven maravillosa conocida en todo el reino por su talento e instrucción que estaba al cuidado de su tío el canónigo Fulberto; quién sentía inmenso amor por ella y que conocedor de sus dotes le había permitido progresar en todas las ramas del saber.
Nos habla de ella como de una niña que no estaba mal físicamente, pero sobre todo de la gracia que a esto añadía su dominio en las ciencias literarias, don imponderable y extremadamente raro en una mujer.
Manifiesta claramente sus lascivas intenciones de seducción hacia ella, así como las artimañas de las que se sirvió para llevar a cabo sus planes. Deja claro, también, que en ese momento de su vida se encontraba dominado por la lujuria y la soberbia, y que la gracia divina finalmente le curó de ambas; de la primera al privarle de aquello con lo que la practicaba y de la segunda con la humillación sufrida por la cremación del libro en el que ponía su gloria.
Conocedor de las debilidades de Fulberto, la avaricia y su sobrina, urdió una trama para conseguir llegar hasta ella y enamorarla, se sabía famoso y atractivo para las mujeres por lo que no albergaba temor al rechazo; su primer paso fue acomodarse en su casa como huésped objetando cercanía a su cátedra y ofreciendo por ello una buena suma que excitara la avaricia del canónigo. Su otra debilidad casi no tuvo que despertarla pues no encontró dificultades en convencer al canónigo de la necesidad de profundizar en la esmerada educación de la joven; y su asombro no tuvo límites cuando Fulberto sin dar muestra de ninguna sospecha le permitió ejercer sobre ella su magisterio; siempre que le fuera posible, una vez terminada su tarea escolar, tanto de día como de noche y con total autoridad para reprenderla si la encontraba negligente.
De esta manera consiguió mantener un trato más familiar con Eloísa que propiciara sus conversaciones y facilitara su intimidad; de esta forma pronto los libros pasaron a un segundo plano y practicaron la ciencia del amor; los besos comenzaron a ser más frecuentes que las sentencias y pronto las manos del filósofo andaban más cerca de los senos de la joven que de los libros; para describir ¿qué pasó? Pedro Abelardo declara que primero convivieron bajo un mismo techo, para llegar después a convivir bajo una sola alma y parece que ningún grado del amor fue ajeno a los amantes y como eran novatos en ellos se esforzaban en practicar esos goces. Realmente no conocemos las verdaderas intenciones de Abelardo pero a juzgar por sus palabras la realidad es que acabó enamorado de ella. Además este hecho le causó ciertos problemas ya que, al parecer, según cuenta su amor por Eloísa le absorbía tanto que le hacía desatender sus ocupaciones, en las clases, le costaba concentrarse y sus alumnos lo notaban; su mente estaba más con su amada que en sus enseñanzas.
Poco después Fulberto, que tuvo más que alguna insinuación al respecto, se enteró de sus relaciones y los amantes tuvieron que separarse estrechándose, sin embargo, aún más sus corazones. Pronto conocieron que sus amores iban a dar su fruto, y Pedro Abelardo raptó a Eloísa llevándola a Bretaña a casa de su hermana donde nació Astrolabio. Las noticias sobre el niño son confusas, algunos indican que murió a edad temprana, aunque otros, como Mr. Héléfé en el Diccionario de Teología Católica indica que se hizo mayor profesando como religioso y llegando a ser abad del convento suizo de Hauterive.
El rapto de Eloísa colmó el vaso y Fulberto enloqueció no teniendo pábulo su dolor ni sus ansías de venganza. El filósofo comprendió que debía hacer algo para paliarlo y como reparación se ofreció a contraer matrimonio con Eloísa, aunque manifestó su deseo de que se mantuviera en secreto ya que pensaba que podía perjudicarle profesionalmente.
Contrariamente con lo que se supone debería pensar cualquier mujer en su sano juicio Eloísa no era partidaria de este matrimonio y al parecer así se lo expresó a su tío y a su amante y futuro esposo dando, con ello, pruebas de una heterodoxia impropia de una mujer; el texto de Abelardo reproduce el discurso en el que Eloísa exponía las razones que le llevaban a mantener esa postura. Eloísa en su planteamiento deja claras varias cuestiones; su gran juicio que junto con su esmerada educación la permiten elaborar un discurso organizado y lógico en el que introduce citas, teorías y referencias de personajes destacados en todas la ramas del saber desde la Antigüedad clásica que permiten apreciar el dominio que Eloísa tenía de sus obras y teorías.
Plantea desde el principio, y el tiempo demostrará que tiene razón en este juicio; que Fulberto, su tío, no va a ver calmada su sed de venganza con el mero hecho de que Abelardo se case con ella; por lo que su matrimonio no va a solucionar su situación. Por otro lado conoce también que su matrimonio perjudicaría profesionalmente a Abelardo y tampoco quiere que esto suceda, no quiere de ninguna manera ser un estorbo en la vida de Abelardo, no quiere privarle de la gloria, ya que ve a su amado como una mente privilegiada capaz de convertirse en el gran pensador de su tiempo; no quería deshonrarle y ser una carga para él. Cita los consejos que sobre el matrimonio da San Pablo en su primera Epístola a los Corintios: “Estás libre de mujer.. no quieras casarte..[…] Quiero que todos vosotros estéis sin preocupaciones”. Así pues San Pablo también consideraba que las mujeres perturbaban la tranquilidad de los hombres y eran una carga para ellos. La opinión contraria al matrimonio no era exclusiva de San Pablo, pues desde la Antigüedad sabios y filósofos habían dado su opinión en este sentido, Teofrasto de Ereso, peripatético sucesor de Aristóteles al frente de esta escuela opinaba que ningún sabio debía contraer matrimonio ya que éste creaba intolerantes molestias y continuas inquietudes; y el propio Cicerón repudió a Terencia y no quiso volver a casarse ya que no podía ocuparse al mismo tiempo de la esposa y de la filosofía. El argumento de Eloísa es que la vida de casado es una vida prosaica y los deberes que exige le impedirían dedicarse a lo que realmente le interesa la filosofía. Se pregunta si podría soportarla y recuerda a Séneca cuando escribe a Lucilo diciéndole: “No sólo cuando sobra el tiempo hay que dedicarse a la filosofía, sino que hay que desperdiciarlo todo para poder acostumbrarse a esto para lo cual ningún tiempo es demasiado grande
El mismo San Agustín en su obra La ciudad de Dios, recordaba cómo Pitágoras, fundador de la escuela itálica contestaba al ser preguntado por su profesión: “Filósofo, es decir amante de la sabiduría”. Apela a su condición de clérigo, indicando cómo los monjes habían asumido, en su época, la función de los filósofos; viviendo una vida retirada y admirable dedicada al estudio.
Eloísa añade a todas estas razones algunas que la conciernen directamente, piensa que para ella es peligroso regresar a París, y creía más decoroso para ella ser llamada amiga que esposa; ya que el lazo matrimonial la impediría discernir si Abelardo estaba junto ella más por un deber de esposo que por un amor de amante. Una vida en común, como matrimonio, podría acabar con su amor que, sin embargo, se mantendría vivo si los encuentros eran se hacían a intervalos haciendo sus gozos más henchidos y agradables.
Cuando a pesar de todos sus razonamientos y amén de haber podido pecar de vanidosa pues, con ellos, bien podría ser tenida por la propia Minerva, diosa de la Sabiduría: Eloísa comprende que no ha convencido a Abelardo quién está decidido a casarse sólo sabe decir refiriéndose a su inevitable matrimonio y casi a modo de premonición: “Una sola cosa resta, para que el dolor que siga a nuestra ruina sea mayor que el amor que la precedió”.
Tras el nacimiento de su hijo éste quedó bajo la tutela de su hermana y ellos regresaron a París donde, en presencia del canónico, contrajeron matrimonio. Abelardo consideraba con esto saldada la afrenta e insistió en mantener el matrimonio en secreto y, conforme a ello, tras la ceremonia cada uno, oculta y separadamente, se fue por su lado. Sin embargo para Fulberto, la situación no cambiaba; pues los amores del filósofo con su sobrina al no conocerse su matrimonio seguían siendo motivo de murmuración y el honor familiar continuaba en entredicho; por ello hacía correr la voz de que eran marido y mujer; ante esto Eloísa fiel a los deseos del filósofo lo negaba rotundamente, por lo que Fulberto comenzó a atormentarla con innumerables ultrajes.
Por ello Abelardo la llevó a la Abadía de Argenteuil de la que había alumna, haciendo parecer que había tomado los hábitos. Esto empeoró la situación pues creyeron que quería dejarla en el convento y desentenderse de ella.
Entonces fue cuando Fulberto comenzó a tramar la desgracia de Abelardo y con la ayuda de algunos amigos que sobornaron a uno de los sirvientes del filósofo llevaron a cabo su venganza que tal como la expresa el propio Abelardo consistió en: “me castigaron con cruelísima y vergonzosísima venganza que recibió el mundo con estupor, amputándome aquellas partes de mi cuerpo con las que yo había cometido lo que ellos lloraban.”
Abelardo se sume en una profunda confusión pareciéndole, a veces, su dolor inferior a la vergüenza que siente ante el castigo recibido; ¿cómo podrá continuar con su vida y presentarse ante el mundo y ante Eloísa?; siendo además consciente de que la Ley de Dios prohíbe la entrada en la Iglesia de aquellos que hayan sufrido este tipo de amputaciones que son considerados inmundos y pestilentes. Poco después ambos tomaron los hábitos, Eloísa en Argenteuil y Abelardo en Saint Denis. Esto supuso largos años de separación y silencio. Hasta que en 1135, por casualidad, cayó en manos de Eloísa el manuscrito con donde Abelardo relataba sus desventuras; su lectura provocó en ella una gran conmoción y, desde luego, fue el detonante para que se decidiera a romper su silencio y a expresarle en sus cartas todo el amor y la pasión que sigue latiendo en ella; el comienzo de su primera carta así lo atestigua: “[…] que sólo hallé en ella una circunstanciada relación de nuestros trágicos sucesos. Conmoviose excesivamente mi espíritu y parecíame superfluo hablar allí (para consolar a tu amigo de alguna pequeña desgracia) de nuestros graves infortunios.”
El relato de Abelardo no se limitaba a contar sus desventuras en aspectos de su vida personal como pueden calificarse sus amores con ella y a las crueles consecuencias que estos tuvieron para ambos; sino que incluía un detallado informe sobre los enfrentamientos que había tenido y, todavía tenía, con algunos filósofos y teólogos de la Iglesia que habían tenido consecuencias muy negativas en su vida profesional y que, por ello agrandaban si cabe sus calamidades.
¿Qué puede hacer la realidad frente al deseo? Las cartas que intercambian los amantes, tras la lectura de Eloísa del manuscrito de Abelardo, demuestra lo dolorosa que la realidad resulta para ambos y cómo la sobrellevan habitando en la memoria; en este sentido la frase de Eloísa: "Me acuerdo (¿acaso se olvida algo a los amantes?) del instante y del sitio en que por primera vez me declaraste tu ternura, jurando amarme hasta morir. Tus palabras, tus promesas y juramentos, todo está grabado en mi corazón."
Eloísa obedeció a Abelardo tomó los hábitos, se apartó del mundo tal cómo él deseaba, si no era de él sólo sería de Dios. En este sentido Abelardo reconoce que tras su mutilación no podía soportar la idea de que ella le olvidara y se consolara con cualquier otro; los celos le obligaron a pedirla no sólo a que se retirara de la vida mundana, sino a que tomara los hábitos y esperó a que ella lo hiciera para después hacer él lo mismo; las dudas de Abelardo sobre su fidelidad aún la mortifican ya que su amor es incondicional y se lo dice claramente:
El deseo de Eloísa no se cumplirá, Abelardo moría en 1142 y su cuerpo fue enterrado en la Iglesia de San Marcelo, debió pedir ayuda al Abad de Cluni Pedro el Venerable para que los restos de Abelardo fueran trasladados al Paracleto, tal cómo el filósofo deseaba y una vez allí Eloísa, veneró sus restos y rogó por su alma hasta su muerte veinte años después (1163); y cuenta la leyenda que cuando abrieron la tumba de Abelardo para depositar junto a él el cuerpo de su amada Eloísa, éste abrió los brazos para recibirla quedando abrazados en la muerte como no pudieron estarlo en la vida.
Así permanecieron los esposos durante quinientos años sepultados en las naves del Paracleto, hasta que en 1792, tras la Revolución Francesa, el Monasterio fue vendido como bien eclesiástico siendo trasladada la tumba de Abelardo y Eloísa a Nogent. En 1800 Luciano Bonaparte inspector de las cartas y monumentos antiguos encargó al artista Lenoir para que transportase el féretro al Museo de Monumentos franceses de París, quién, tras la apertura de la tumba realizó un Álbum con dibujos de los amantes recreados por el artista partiendo de los restos conservados con el objeto de realizar dos estatuas para la nueva tumba parisina, que quedó instalada en los jardines del museo. En 1815 bajo gobierno borbónico se intentó trasladar la tumba a la Abadía de San Dionisio; pero la opinión pública protestó ya que el monumento era muy frecuentado por los parisinos y estaba considerado como algo integrado en la ciudad; finalmente fue trasladada al cementerio parisino de Père Lachaise donde actualmente todavía puede visitarse.
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