Lo que pretendía Esquilache era sustituir las capas largas y los sombreros de ala ancha usados por los madrileños por capas cortas y sombreros de tres picos, en un intento de europeizar y modernizar España. Alegaba que las capas largas facilitaban el ocultamiento de las armas y los grandes sombreros eran una salvaguardia para los delincuentes, porque podían ocultar el rostro. Concebidas como una medida de seguridad pública, estas disposiciones en un principio no llamaron mucho la atención de la población, preocupada como estaba por otros problemas más acuciantes, como el aumento de los precios del pan, el aceite, el carbón y la carne seca, causado en parte por la liberalización del comercio del grano.
Además, en un primer momento, las medidas relativas a la vestimenta sólo se aplicaron a la Casa Real y a su personal. Bajo amenaza de arresto, los funcionarios reales acataron la orden masivamente y sin protestar. Posteriormente, Esquilache la hizo extensiva a la población general pese a ser advertido por el Consejo de Castilla de que la prohibición de las capas y los sombreros causaría el descontento general entre la población. Esquilache siguió adelante con las medidas y el 10 de marzo de 1766 aparecieron en Madrid carteles prohibiendo el uso de estas prendas. La reacción popular fue inmediata: los carteles fueron arrancados de las paredes y las autoridades locales sufrieron ataques por parte de la población.
El motin de Esquilache.Goya |
Por el camino se toparon con el Duque de Medinaceli a quien obligaron a transmitir al rey una serie de peticiones. El duque se dirigió al rey, quien mantuvo la calma en todo momento sin darse cuenta de la gravedad de la situación. Mientras tanto, los amotinados habían destruido las 5.000 farolas que habían sido instaladas por toda la ciudad.
Un servidor de Esquilache fue apuñalado cuando los amotinados se dirigieron a la mansión del ministro, que saquearon. También atacaron los palacios de otros dos ministros italianos, Grimaldi y Sabatini, y esa misma noche un retrato de Esquilache fue quemado en la Plaza Mayor. El rey seguía sin hacer nada. El 24 de marzo la situación empeoró. Los amotinados, muy robustecidos en número y en confianza, marcharon hasta la residencia real, defendida por soldados españoles y por los odiados valones. Las tropas dispararon y mataron a una mujer, lo que hizo aumentar el número de manifestantes. Un sacerdote se erigió en representante de los manifestantes y logró abrirse camino hasta Carlos III y presentarle las peticiones. El discurso del cura fue tajante: o se satisfacían las demandas, o el palacio del rey quedaría reducido a escombros en menos de dos horas.
Las demandas eran:
- 1. Esquilache y toda su familia debían abandonar España.
- 2. El gobierno español debía ser ocupado por ministros españoles.
- 3. Disolución de la Guardia Valona.
- 4. Reducción del precio de los productos básicos.
- 5. Desaparición de la Junta de Abastos.
- 6. Los soldados debían retirarse a sus cuarteles
- 7. Debía permitirse el uso de la capa larga y del sombrero de ala ancha.
- 8. Su Majestad debía salir a la vista de todos para que puedan escuchar por boca suya la palabra de cumplir y satisfacer las peticiones.
El rey se sentía inclinado a aceptar las peticiones a pesar de que varios de sus ministros se lo desaconsejaban. Se asomó al balcón del palacio y las aceptó. Esto calmó a la población, pero el rey, temiendo por su seguridad, cometió el error de huir a Aranjuez acompañado de toda su familia y de sus ministros. Esto despertó las iras de la población, que creyó que el rey había aceptado las demandas para calmarlos y posteriormente huir. Unas 30.000 personas se dedicaron entonces a saquear almacenes y cuarteles y a liberar a los presos. El rey entonces envió una carta donde se comprometía a satisfacer todas las demandas y la población se tranquilizó de nuevo. Esquilache fue destituido y enviado a Italia. Antes de partir dejó escrito: "yo he limpiado Madrid, le he empedrado, he hecho paseos y otras obras... que merecería que me hiciesen una estatua, y en lugar de esto me ha tratado tan indignamente". Curiosamente fue el conde de Aranda, que quedó a cargo del gobierno mientras el rey estaba en Aranjuez, quien convenció al pueblo de Madrid de cambiar las capas y los sombreros de la discordia por capas cortas y tricornios tal y como pretendía el marqués de Esquilache.
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