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miércoles, 13 de marzo de 2013

LA VENTA DE ALASKA

El 30 de marzo de 1867 Rusia vendió el territorio de Alaska a los Estados Unidos por la irrisoria cantidad de 7.200.000 $. Esta cantidad, actualizada con la inflación, quedaría en 91 millones de dólares de 2005. Si los convertimos a euros actuales, estamos hablando de unos 60 millones de euros. Lo que cuesta la clausula de rescisión del jugador del Sevilla Luis Fabiano, o la cifra que estuvo dispuesto a pagar el Milán por Ronaldinho.
Hoy en día se suele usar como uno de los mayores ejemplos de estupidez en la Historia de la Humanidad, muy por encima de la compra de Nueva York a los indios de la región por 24 dólares.
Es evidente que cualquier transacción inmobiliaria que se realizara hace doscientos años fue, económicamente hablando, un error para el vendedor. Porque todos los terrenos se han revalorizado considerablemente desde entonces. Está claro que aunque Rusia hubiera vendido Alaska por una cantidad diez o cien veces superior se habría equivocado.
El punto es el siguiente: Rusia hizo un buen negocio con la venta de Alaska. Porque a falta de una bola de cristal, Rusia veía a Alaska en 1867 como lo que era: un enorme terreno improductivo, imposible de colonizar. Y sobre todo una fuente de problemas.
Porque para Rusia el defender la soberanía de Alaska era misión imposible. La difícil ubicación geográfica, el clima, la dificultad para justificar un gasto militar en la defensa de un terreno baldío. Todo ello llevaba a una conclusión clara: Alaska sería para quien se esforzara lo más mínimo por poseerla.
Rusia tenía a pocos kilómetros la frontera canadiense, la Columbia británica al oeste del continente. La expansión hacia el norte era cuestión de tiempo y ante la invasión de Inglaterra, Rusia poco podría hacer. Defender por cuestión de honor un terreno sin ningún interés era desde el punto de vista económico una locura para un país que siempre ha estado en crisis.
Además, aunque Alaska fuera colonia rusa, antes había sido una colonia española. La bula papal de 1493 concedía libertad para colonizar todo el oeste del continente americano. En 1513 Vasco Núñez de Balboa reclamó para España, sin saber el alcance de su conquista, “todos los territorios bañados por el Océano Pacífico”. Hasta el punto de no preocuparse demasiado por defender la soberanía de los mismos. Hacia 1770 Carlos III envió varias expediciones para fortalecer esta soberanía, de la que nunca se había obtenido beneficio alguno, especialmente tan al norte. Bruno de Hezeta y Juan Francisco Bodega y Quatra llegaron en 1775 a territorio de Alaska donde realizaron “numerosos actos de soberanía”. Me imagino que clavaron unas cuantas banderas y leyeron unos manifiestos ante una audiencia inexistente. En 1790 también arribaría a costas de Alaska una delegación española, comandada por Salvador Fidalgo.
De estas visitas colonizadoras españolas sólo han quedado algunos nombres de ciudades en la geografía de alascana. La famosa Valdez (del vertido del Exxon-Valdez), una ciudad de Cordova o el Glaciar Malaspina. Porque la posesión española de Alaska fue una ilusión. Pero la de Rusia nunca había ido mucho más allá. A pesar de poseer algunos asentamientos minúsculos de sufridos colonos rusos.
Así, el miedo a tener que luchar por tierra de nadie, y la certeza de que los ingleses, o los canadienses cuando se independizaran, conseguirían apoderarse del territorio, llevó con gran lógica a la venta de Alaska.
Si Rusia estaba haciendo un negocio redondo con la venta de Alaska, ¿Entonces los Estados Unidos estaban siendo estafados? Está claro que si Rusia hubiera vendido por 7.200.000$ ese territorio a Italia o Alemania habría sido una tomadura de pelo. Pero no es ese el caso de Estados Unidos, al que la proximidad geográfica le daba un interés especial por la región, totalmente justificado. En este caso fue una operación Win-Win en que ambos bandos salieron beneficiados de la transacción.
La verdad es que sólo había dos posibles compradores: Inglaterra o Estados Unidos. El segundo era el más prometedor y mucho antes de 1867 se iniciaron conversaciones para facilitar la venta. Pero el estallido de la Guerra Civil americana interrumpió las negociaciones. En 1867, finalmente, se culminó la operación. Eduard Andreevich Stoeckl, fue el encargado de realizar la venta a encargo del Zar Alejandro II.
Del lado estadounidense, el Secretario de Estado William Henry Seward fue quien mostró enorme interés por realizar la operación, adelantando las negociaciones antes incluso de que se enterara el presidente de los Estados Unidos. Seward defendió con tesón la posición americana de compra. Aunque ahora se nos antoje como una compra chollo, a Seward en su momento hasta le sorprendió obtener el apoyo del Congreso a la compra de Alaska, que se logró por un simple voto de ventaja. Porque algunos años antes casi nadie había mostrado interés por la operación.
Tras una larga noche de negociación se llegó al precio final de los 7.200.000$. El acuerdo inicial aprobado por el Congreso había sido de 7.000.000$ pero los rusos apretaron un poco más en el último momento. Rusia quedó tan contenta con la operación que Eduard de Stoeckl obtuvo una prima de 25.000$ y una pensión anual de otros 6.000$.
Del otro lado, una parte de la prensa se mostró muy crítica con la compra de Alaska y con su principal valedor, William Seward. En especial el periódico The New York Tribune, el de máxima tirada por aquel entonces en Estados Unidos.
El frigorífico de Seward, el jardín para osos polares de Andrew Johnson (el presidente de EEUU aquel entonces), Walrussia, Icebergia, el país de las hadas rusas, el nuevo Frigorífico Nacional, o directamente la estupidez de Seward (Seward’s folly) fueron algunos de los calificativos que se dieron a Alaska y la operación realizada por el gobierno americano. Porque hubo gente que sencillamente no entendía qué tenía de valor ese territorio, que ni siquiera era contiguo a los Estados Unidos.
El gobierno no pudo acallar las voces críticas hasta casi veinte años después de su compra. En 1896 se descubrió oro en Alaska. Esto no fue tan beneficioso como el hecho de que sirvió de detonante para que se fundasen las primeras ciudades en Alaska. Y a partir de entonces, sí que se demostró como una buena idea por parte de Seward y el resto del Congreso.
Pero no ha sido lo único. Porque Estados Unidos ha tenido mucha suerte de que los canadienses sean tan pacíficos como para que jamás se hayan planteado luchar por ese terreno contiguo. Como puede verse especialmente en la muy interesante disputa fronteriza por el territorio al sur de Alaska y paralelo al territorio canadiense, del que en su momento se llegó a mencionar como “lo único de valor de toda la compra de Alaska”.Hoy en día puede decirse que Alaska no es una colonia sino territorio firme estadounidense. De hecho es el 49 Estado de la Unión.
En marzo, cada último lunes de marzo, se celebra en Alaska el Seward’s Folly, un día festivo que conmemora la compra, en su momento considerada absurda, de Alaska.

2 comentarios:

  1. Si nos situamos en el momento histórico la venta fue un buen negocio para el Imperio, dado que el peligro de ese tiempo era que el UK a través de Canadá la ocupe, y el UK era el enemigo del Imperio.
    Luego al encaramarse el comunismo se transforma en un mal negocio para Rusia, al enfrentar a los USA en la guerra fría le hubiera convenido conservar Alaska, privando nada menos que del contacto con el Ártico a los norteamericanos, además de transformar a Rusia en país americano...
    Lo que hay que aprender es que ningún país se hace grande por perder partes, es sentido común.
    Argentina le compró las instalaciones de las Islas Orcadas a Escocia, en 1904, por 10 mil pesos fuertes, y fue nuestro pié en la Antártida, un caso parecido.
    Ya es historia.

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  2. El comentario anterior es de mi autoría, Carlos Gstavo Caziagudo, nombre artístico.

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