Pedro Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea nació el 1 de agosto de 1719 en el castillo familiar oscense de Siétamo. Murió en su palacio de Epila el 9 de enero de 1798. Y entre ambos únicos momentos hubo otros muchos de gloria y de triunfo y de poder, pero también de dolor e intrigante incomprensión, de incansables viajes y misiones por Europa, pero también anhelado retiro y pacífico descanso, siempre de lucidez.
Este aragonés, que en París casi asustó por su aspecto desaliñado y despreocupado, su rudo y franco lenguaje, sus toscas maneras, fue dos veces grande de España de primera clase, el capitán general màs joven de Carlos III, y sucesivamente embajador en Portugal, director general de Artillería e Ingenieros, embajador en Polonia, general jefe del ejército invasor de Portugal, presidente del Alto Tribunal Militar, capitán general y virrey de Valencia, presidente del Consejo de Castilla, capitán general de Castilla, embajador y ministro plenipotenciario en París, primer ministro de Carlos IV y decano del Consejo de Estado.
Ya en vida fue el Conde de Aranda víctima de una leyenda negra que continuó hasta hace no muchos años, forjada sobre todo a raíz de la expulsión de los jesuitas, y abonada sin duda por sus enemigos políticos, que lo hacía taimado y sanguinario, irreverente e impío, lo que era sinónimo cuasi de "enciclopedista" y "volteriano". Nada de ello hubo en realidad. Aranda sólo fue el brazo ejecutor de la expulsión de la Compañía, de la que no tuvo conocimiento hasta última hora. Incluso ayudó económicamente a algunos jesuitas en su exilio italiano. Aranda no vió con simpatía a los revolucionarios franceses, protegiendo a sacerdotes y monjes y declarando la guerra contra la Francia revolucionaria durante la crisis política de 1792. Y en cuanto a su pensamiento, Aranda -a pesar del barniz filosófico adquirido en París- permaneció esencialmente español, muy desconfiado respecto a toda corriente ideológica que llegara allende los Pirineos.
Con ser tan relevantes los sucesos políticos en los que participó y de tan alto calado los cargos desempeñados al servicio de los reyes Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, fue su carrera militar lo que el Conde de Aranda tuvo en mayor aprecio. En ella destacó especialmente durante las campañas de Italia y Portugal. No consiguió ser requerido para otras muchas empresas a las que se ofreció. Se le prefirió como hombre de estado y diplomático. Tampoco pudo sacar adelante su reforma del ejército planteada durante su mandato como director general de Ingeniería y Artillería al ser boicoteda por el propio ministro de la guerra.
El Conde de Aranda sufrió la inquina de Esquilache, de los ministros Grimaldi, Campones y Roda, del mismo conde de Floridablanca, y después también de Godoy. Uno tras otro consigueron apartar a Aranda del poder: todos estaban de acuerdo en que era un político al que convenía tener lejos, porque le sobraban luces, convicción, personalidad, y era ambicioso y perspicaz.
Pedro Pablo Abarca de Bolea pasó largas estancias en sus propiedades de Alcora (Valencia), donde tenía una extraordinaria fábrica de cerámica, que decoraban artistas italianos y franceses, y en sus palacios y posesiones aragoneses que reconocía a caballo con frecuencia. De su vinculación a Aragón quedan fehacientes pruebas como su relación con el "partido aragonés" o la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, donde manifestó un gran interés por las obras aragonesas, como la del Canal de Imperial, dirigida por su primo Ramón de Pignatelli. A nivel personal, esta vinculación emocial se manifestó viniendo a morir a Epila, y manifestando mucho antes de que ésto sucediera su voluntad de ser enterrado en el monasterio de San Juan de la Peña, junto a sus antepasados.El conde de Aranda contrajó matrimonio por poderes en Madrid el 21 de marzo de 1739, a los 19 años, con Ana María del Pilar Fernández de Híjar, hija del VIII duque de Hijar.
Uno de sus mayores desconsuelos fue la muerte de su único hijo varón, Luis Augusto, en 1755. Años despuès en 1783 falleció también su esposa. Pero Aranda deseaba un heredero varón para la casa y contrajó nuevo matrimonio con su sobrina María Pilar Fernández de Híjar y Palafox, que contaba tan sólo 17 años.
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