Un famoso relojero de la época había construido una enorme máquina hidráulica capaz de subir unos 16.000 litros diarios de agua del Tajo a los depósitos del Palacio y así abastecer a toda la ciudad (el Alcázar está en la cota más alta de Toledo). Ese hombre era Giovanni Torriani (o Torresani o Della Torre), natural de Cremona en el Milanesado y a quien trajo a España el emperador Carlos; aquí se le llamó Juanelo Turriano.
El ingeniero italiano afincado en España logró terminar en 1569 una máquina que elevaba agua desde el río Tajo hasta el Alcázar de Toledo. La gran altura de elevación (más de 100 metros) hicieron que la máquina fuese considerada una de las maravillas tecnológicas de aquel tiempo, y que muchas personas acudieran a Toledo para visitarla.
Desgraciadamente las autoridades no compensaron al italiano como se merecía, pero él amaba tanto su obra que incluso llegó a mantenerla de su propio bolsillo hasta que ya no pudo más.
Poco antes de morir, cargado de deudas porque los regidores de la ciudad no le habían pagado nada de lo que le habían prometido, escribe al rey Felipe II una tristísima carta:
"Ya que Dios nuestro Señor no es servido que yo pueda volver a ver a V.Md. (pues a lo que dicen los médicos y a lo que yo de mí siento, el fin de mi vida será muy presto), quiero por este memorial hacer saber a V.Md. que por dos cosas la dexo con grandísimo descontento. La una porque por mis muchas deudas y por ser yo extrangero y morir en esta ciudad adonde me han tratado como sabe V.Md., queda con mi muerte mi casa en tan extrema necesidad, que se avra de pedir limosna para me enterrar...".
Hoy en día una espléndida maqueta de su máquina adorna hoy el vestíbulo de la Diputación Provincial de Toledo, pero la memoria de Juanelo merece mucho más.
El artificio de Juanelo funcionó hasta avanzado el siglo XVII y luego quedó abandonado hasta su demolición en el XIX. Para las fechas de la construcción del mecanismo, Juanelo era ya un hombre mayor famosísimo por su ingenio. Llegó a España acompañado de su prestigio como fabricante de inigualables relojes y autómatas. Entre los primeros destaca el misterioso Cristalino, elaborado en Bruselas para el emperador; un reloj que daba a cada minuto las posiciones de los planetas facilitando las tareas de los astrólogos. En cuanto a los autómatas, según nos dice Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana, Juanelo fue el primero en introducir estos "juguetes" en España. El autómata más famoso atribuido al italiano fue el llamado Hombre de Palo, muñeco de madera y tamaño natural que, según la leyenda, iba todos los días al palacio episcopal a recoger la comida con que los eclesiástico retribuían los servicios del inventor. Tan famoso fue que cuenta con su propia calle, junto a la Catedral.
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