Decía el Marques de Sade que la crueldad, lejos de ser un vicio, es el primer sentimiento que imprime en nosotros la naturaleza. Son la educación y el adiestramiento lo que nos hace racionalmente bondadosos. Alguien dejó en el baúl de sus obligaciones la instrucción completa de la señora Ilse Koch, compendio humano de maldad e iniquidad infinita, que regentó -consorte y sádicamente- el campo de concentración de Burchenwald al tiempo que daba rienda a sus pasiones: la colección de tatuajes descuajados y objetos fabricados con despojos humanos.
Poco se sabe de la infancia y adolescencia de este infame personaje; alimentado a posteriori por falsas películas y leyendas del movimiento sádico y fantasioso, propias de fábulas adolescentes. Sin embargo, sí hay datos tan objetivos como oficiales fruto de la documentación escrita y fotográfica de los procesos jurídicos que cerraron el holocausto y de los testimonios de sus protagonistas. La ‘pesca ecuánime’ no ha sido fácil, pero sí ayudará a descifrar la verdadera y cruel pasión de la señorita Koch.
Ilse Koch (1906-1967) nació en el seno de una familia de clase media en el Dresde de principios del siglo XX. No hay datos para barruntar una educación privilegiada en la Universidad de la Tortura. Simplemente era una chica normal que se curtió en la Alemania de la posguerra y tropezó con el mal cuando sólo pretendía salir de la pobreza.
A los 15 años, después de estudiar contabilidad, comenzó a regentar los nichos nacionalsocialistas para vestirse de secretaria y poner a prueba su formación. Y digo ‘vestirse’ porque la belleza de la señorita Koch cautivó el conciliábulo de más de un oficial de las SS, atajando en el atroz destino de ‘La pelirroja de Buchewand‘. En uno de esos encuentros programados, la señorita Korch (nacida Ilse Köhler), encontró su horma en la crueldad más vehemente. Era 1934 cuando conoció a Karl Otto Koch, sanguinario coronel y posteriormente primer comandante del campo de concentración de Buchenwald, con quien se casaría dos años después pasando rápidamente del ‘campesinado’ al ‘burguesismo’ de primera fila.
Comenzó de secretaria en las oficinas del campo para pronto participar en sus primeros escarceos sádico-monstruosos. Evidentemente adiestrado por la ‘sutileza’ de su maestro y coronel en placeres terrenales.
Era una mujer muy hermosa de largos y rojos cabellos, pero con la suficiente sangre fría como para disparar a cualquier preso en cualquier momento. Tenía en mente fabricar una pequeña lámpara de piel humana, y un día en el ‘Appellplatz’ se nos ordenó a todos desnudarnos hasta la cintura. Los que tenían tatuajes interesantes fueron llevados ante ella, para escoger los que le gustaban. Esos presos murieron y con sus pieles se hicieron lámparas para ella. También utilizaron pulgares momificados como interruptores [...] ” Kurt Glass, preso jardinero de los Koch y testigo en los juicios de Dachau de 1947
El tema de la lámparas de piel humana es uno de los más controvertidos del extraño currículo de ‘La Bruja de Buchewand‘ o ‘Zorra de Buchewand’, como la bautizaron sus sometidos. Si bien aparece en las fotos de los objetos incautados a los Koch durante el desahucio y liberación del campo, las pruebas del informe forense que se hizo para verificar y confirmar el origen ‘humano’ de las pieles como peritaje judicial en los procesos de Dachau, sólo incluyeron tres trozos de uno de los tatuajes descuajados más famosos; por lo que no hay evidencias científicas (si visuales y de aspecto) que valorasen las morbosas ‘pantallas’.Durante la liberación del campo el propio director Billy Wilder realizó un documental sobre el estado y los objetos encontrados en el campo. La imagen de la mesa con los tatuajes, las cabezas disecadas y la ‘supuesta’ lámpara dio la vuelta al mundo y se convirtió en símbolo de la barbarie. ( la foto de arriba)
La señora Koch acostumbraba a despojarse de su crueldad adobando su crudo cuerpo ‘ario’ en obscenos baños diarios de vino importado de Madeira, mientras a escasos metros sus ‘esclavos’ sobrevivían hundiendo sus afilados omóplatos en los catres podridos. Pero pronto descubrió que era el ejercicio de su sádica jerarquía lo que la hacía subjetivamente más ‘bella’.
Todo los días se mezclaba por sorpresa entre los escuálidos prisioneros para azotar a mano-látigo y burlarse de su aspecto físico mientras dilataba pupilas y aceleraba involuntariamente el pulso. Koch tenía a su cargo a 22 mujeres de las SS y a más de 500 prisioneras de confianza que colaboraban en el control de sus rutinas. Muchos de los reclusos ofrecieron testimonios escalofriantes sobre la opresión sistemática en el campo:
Me llamó el Dr. Konrad Morgen, que por entonces dirigía una investigación, para que declarara como testigo. Por supuesto evité hacer una declaración incriminatoria porque sabía que si lo hacía se me condenaría irremediablemente a muerte. En particular, se me preguntó si Koch había satisfecho sus perversos deseos conmigo (usaba un pequeño palo para golpearle en el pene al prisionero al que ordenaba que se lo mostrara); pude contestar que no en buena conciencia [...]” Kurt Dietz en “El mozo de Koch”
Además de su eterna fascinación por el cuero humano, que la hacía coleccionar retales enmarcados con los mejores diseños arrancados tras una inyección de fenol a sus esclavos; según los testimonios, la señora Koch disfrutaba azuzando a los perros para que atosigaran a las reclusas embarazadas por el placer de verlas gritar y correr con dificultad. Además le encantaba dirigir orgías lésbicas con las esposas de todos los oficiales del campo convirtiendo el placer y el dolor en hábitos dominantes de su ajetreada existencia.
La mejor evidencia que demuestra los atrofiados comportamientos de los Koch es un documento interno de las SS dirigido a la enfermería del campo para frenar la publicidad de los abusos, atrocidades y excesos que se cometían en los procesos de confesión y extorsión de los internos. El corazón mismo de la barbarie pedía clemencia y prudencia a sus propios soldados de doctrina. Suplicando que no exhibieran también los ‘trofeos’ de piel humana.
Durante los juicios de Nuremberg de 1945 se presentaron como evidencias dos ‘cabezas reducidas’ confiscadas en la dirección del campo de Buchenwald. Otra de las atrocidades auspiciada por la familia Koch y ejecutada por la dirección del departamento de ‘Patología’ a las órdenes del Dr. Erich Wagner. Falso científico y oficial de las SS encargado de las sucias labores de despojos y carnicerías.
Pero ya antes, en 1941, el matrimonio Koch tuvo que rendir cuentas ante un tribunal de las SS – dirigido por el Dr. Konrad Morgen- por crueldad excesiva y deshonor. El propio Karl fue condenado, más tarde, por fraude en la administración de fondos del Tercer Reich al desviar el dinero confiscado a los prisioneros a sus propias cuentas. Se demostró también que el coronel mandó asesinar al médico y a su asistente para evitar que divulgaran el diagnóstico de su indigno padecimiento: Sífilis. El Tercer Reich podía aceptar antes la ponzoña del sadismo pero no la malversación de sus propias riquezas y el ejercicio de la justicia subjetiva. Fue ejecutado el 5 de Abril de 1945 una semana antes de que los aliados liberaran el campo. La señora Koch se libró y fue exonerada por jerarquía. De momento.
Tras la liberación del campo, ‘La bruja pelirroja’ fue juzgada y condenada a cadena perpetua en el proceso de Dachau por un tribunal americano. Su pena fue conmutada en 1948 por el general Lucius D. Clay a 4 años de prisión por no existir pruebas contundentes que relacionaran los objetos encontrados con su conducta enfermiza, provocando un escándalo internacional. Tampoco se confió en primera instancia en el valor de los testimonios aportados por los reclusos ni en el famoso diario forrado con piel judía desaparecido. Nunca se encontró.
“Comenzó a dar caminatas entre los prisioneros y a disfrutar azotándolos ella misma. Trataba peor a quienes consideraba más feos. Era la esposa del comandante y nadie la objetaba. Con el tiempo optó por fabricar abrigos, lamparás o billeteras con la pieles humanas de sus víctimas [...]“ Fiscal del juicio contra Ilse Koch. 1951
Sólo cuatro días más tarde del excarcelamiento el senado norteamericano inició una nueva investigación y proceso de nuevo a Ilse Koch, condenándola a cadena perpetua en 1951. En 1967 la ‘Zorra de Buchewand’ se suicida colgándose de unas sábanas anudadas en la cárcel bávara de Aichach sin mostrar arrepentimiento alguno y después de escribir:
“No hay otra salida para mí, la muerte es la única liberación”
Cinco piezas de piel tatuada provenientes de Buchenwald se conservan hoy en el “National Museum of Health and Medicine” de Washington. Tres han sido identificadas como ‘muestras humanas’ y la otra está pendiente de revisión. Otra pieza que se conserva en el ‘Archivo Nacional’ fue catalogada como parte de una lámpara por el patrón de corte y los agujeros equidistantes de sus bordes. Pero no hay pruebas fidedignas de que ese fuera su cruel destino.
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