Beverly Gail Allitt nació en Lincoln, Inglaterra, el 4 de octubre de 1968. Allitt había frecuentado repetidamente, como paciente, uno de los pabellones del Hospital de Grantham en 1986, cinco años antes de que comenzaran los asesinatos que le darían la celebridad mundial. Por aquel entonces, aún era estudiante de enfermería.
Allitt acudía regularmente a la Unidad de Accidentados con diferentes lesiones, principalmente en las manos. El personal fisioterapeuta le trataba las lesiones, pero empezaron a sospechar de sus relatos de cómo se las había producido y llegó a la conclusión de que algunas veces eran autoinfligidas.
Entre 1987 y 1991, fue a urgencias veinticuatro veces y estuvo enferma en aún más ocasiones: llegó a contabilizar noventa y cuatro días de baja en 1990. Algunos fisioterapeutas comunicaron los hechos a las autoridades del hospital, pero las quejas se traspapelaron.
Mientras frecuentaba un pub de la zona, terminó sus estudios de Enfermería y al poco tiempo entró a trabajar al pabellón número cuatro del Hospital del Distrito de Grantham y Kesteven, en Gran Bretaña.
Previamente habían rechazado su solicitud de empleo otros hospitales, y en el Grantham sólo la aceptaron en el Pabellón Cuatro de Pediatría.
La enfermera Allitt, una chica guapa de cara risueña, que había nacido y crecido en la zona rural cercana al hospital, se convirtió en la favorita de algunas familias de los niños. Cuando los bebés fallecían, Allitt se mostraba aún más próxima a los familiares, compartiendo su dolor y su duelo.
En abril de 1991, las autoridades hospitalarias tuvieron conocimiento de que en el Pabellón Cuatro la tasa de niños fallecidos era insólitamente elevada. Pero no llamaron a la policía. Para entonces, Allitt había matado a tres niños con inyecciones de insulina o potasio, causándoles un fallo cardíaco, y había levantado sospechas, pero las autoridades del centro no pudieron o no quisieron comprender la situación.
Su inactividad permitió que Allitt deambulara por el Pabellón Cuatro durante dieciocho días más. Cuando la destituyeron de su puesto de enfermera, había matado a otro bebé de quince meses y lesionado a tres niños más.
Algunas de sus víctimas fueron: Liam Taylor (siete meses de edad), asesinado el 21 de febrero de 1991; Timothy Hardwick (once años), epiléptico, muerto el 5 de marzo; y Kayley Desmond (un año), a quien Allitt causó la muerte, pero pudo ser resucitado y trasladado a otro hospital, donde se recuperó, aunque sufrió daños cerebrales irrecuperables.
Otros fueron Paul Crampton (cinco meses), quien sufrió un paro por una inyección de insulina, pero se recuperó en otro hospital; Bradley Gibson (cinco años), quien sufrió dos ataques cardíacos a causa de una sobredosis de insulina; y Yik Hung Chan (dos años), quien quedó con daño cerebral permanente.
Dos de los casos más terribles fueron los de Becky Phillips (dos meses), a quien Allitt le aplicó una sobredosis de insulina, muriendo en su casa dos días después; Claire Peck (quince meses), internada por un ataque de asma y sometida a inhaloterapia, quien sufrió un ataque cardiaco del cual fue salvada, pero sufrió un segundo ataque al estar de nuevo a solas con Allitt, lo que ocasionó su muerte.
El caso más sonado fue el de Katie Phillips (de dos meses de edad), resucitada tras un episodio inexplicable de apnea (que luego se supo fue causado por sobredosis de potasio e insulina), quien sufrió daño cerebral permanente y parálisis parcial a causa de la falta de oxigenación; su hermana gemela murió poco antes.
La madre de Katie eligió a Allitt como madrina de su hija; más tarde se descubriría que la enfermera había matado a la hermana, y que había sido su actuación la que había causado daños cerebrales irreversibles en su ahijada. En 1999, Katie fue indemnizada con 125 millones de libras esterlinas por parte del Lincolnshire Health Authority, para pagar el tratamiento y el equipo necesarios para el resto de su vida.
En el curso del interrogatorio, Allitt, lejos de confesar, pregonó su inocencia y aturdió a los representantes de la ley con sus expertos conocimientos del hospital y de las técnicas de tratamiento de niños enfermos. Ni siquiera los padres de los niños asesinados aportaron datos de utilidad: seguían creyendo que el hospital y la enfermera Allitt habían actuado heroicamente al tratar de salvar a los niños de una muerte inminente.
Hasta que los médicos forenses y los patólogos no examinaron a los niños fallecidos y a las víctimas supervivientes y dictaminaron que se les habían inyectado sustancias venenosas, la policía no pudo profundizar en sus investigaciones. Se descubrió entonces que Beverly Allitt era la única persona presente cada vez que un niño sufría un paro cardíaco o cualquier otro episodio casi fatal.
Cuando la policía quiso examinar el libro de asignación de guardias, un registro que indicaría quién estaba de servicio en el momento de las muertes, se dio cuenta de que había desaparecido. Posteriormente lo encontró en poder de Allitt, aunque en realidad ya no era exactamente el mismo, pues las páginas que supuestamente la incriminaban habían sido arrancadas.
Allitt apenas si pudo asistir a su juicio en 1993; en los dos años transcurridos, se había vuelto anoréxica y había perdido mucho peso (pesaba menos de la mitad que en el momento de su detención); incluso corría peligro de muerte. De nuevo intentaba atraer la atención, esta vez “sin poderes”. En mayo de 1993, Allitt fue declarada culpable del asesinato de cuatro niños y de muchos otros intentos, en un período de cincuenta y ocho días del año 1991, mientras los niños estaban bajo su cuidado; tan solo en quince días, había atacado a trece bebés. Los ciudadanos británicos no podían hacerse a la idea de que una asesina en serie anduviera suelta por un hospital de su país cuando poco antes se habían documentado casos, todos ellos reflejados en titulares por la prensa, en Estados Unidos y Austria.
Posteriores investigaciones demostraron que las malas condiciones del hospital podían haber favorecido el comportamiento de la asesina. El pabellón estaba permanentemente desprovisto de médicos y enfermeras con la preparación adecuada, y el número de empleados era inferior a la media regional y nacional. La moral era baja y el nivel de comunicación entre empleados, insuficiente, por no hablar de la gestión del suministro de medicamentos.
Allitt, apenas sometida a supervisión, se las había ingeniado con facilidad para conseguir insulina y potasio en la farmacia del hospital, y para inyectar a sus pequeños pacientes estas sustancias venenosas en potencia. Era impostergable la necesidad de llevar a cabo una investigación pública de la increíble falta de supervisión y la incapacidad de reaccionar con celeridad ante una serie inusitada de fallos cardíacos en pacientes infantiles. El escándalo originado por la investigación y su oportuno desarrollo salpicó a las máximas autoridades de Gran Bretaña, incluido el entonces primer ministro, John Major.
Sus crímenes inspiraron una legión de admiradores y seguidores que la defendían por ser guapa, enfermera y asesina: la convirtieron en un erótico personaje de videojuegos. Sus fans produjeron carteles y disfraces que la homenajeaban, así como una macabra muñeca. También una película: Angel of death: the Beverly Allitt story.
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