miércoles, 4 de febrero de 2015

EL CAMINO DE LA MUERTE. BOLIVIA.

La ciudad de La Paz es el punto de encuentro de los viajeros que aterrizan en Bolivia. Desde aquí las posibilidades que brinda el país son innumerables: antropología en Tiahuanacu, el lago Titicaca, el salar de Uyuni, la puerta a la selva amazónica en Rurrenabaque o la actividad minera de la segunda ciudad más alta del mundo, Potosí. El país sudamericano es un destino con múltiples alternativas y aptos para presupuestos ajustados.
En La Paz, sede del gobierno del país y capital administrativa, el viajero puede emprender numerosos paseos a pie para rememorar el lado más revolucionario de la ciudad, visitar los museos nacionales agrupados en la calle Jaén o sentarse en la plaza Murillo a ver amontonarse a las palomas. El visitante se pierde en la rutina paceña mientras camina por el barrio bohemio de Sopocachi, regatea por jerséis de alpaca en las calles Murillo y Sagárnaga y además contempla todo lo que se necesita para preparar una ofrenda a la pachamama en el Mercado de las Brujas.
Sin embargo, todo esto queda atrás la mañana en la que se decide emprender rumbo al camino de los Yungas. Una de las mejores actividades de Bolivia y uno de los arrepentimientos comunes de los que son sobrepasados por el miedo.
La Avenida Montes se despierta mientras las cholitas encaran un nuevo día bañadas en el olor a café y a pan recién hecho de los puestos callejeros. Tras recoger a los atrevidos viajeros en la mañana temprano, la furgoneta deja la ciudad de La Paz rumbo a La Cumbre. El corazón palpita ante la excitación creada y muchas son las expectativas de un camino que se antoja difícil, arriesgado.
La excursión, que dura todo el día, es un juego con la muerte, un riesgo asumido que dota de emociones fuertes a los que se atreven a hacerla. La Paz ha sabido hacer negocio con esta ruta y prueba de ello son los establecimientos que únicamente se dedican a esta atracción. Sabedoras de la curiosidad mezclada con el miedo, las compañías ofrecen bicicletas previstas de todo tipo de comodidades para sentirse a salvo. Sin embargo, con una suspensión delantera y frenos hidráulicos también se puede realizar el recorrido de manera segura. Esta opción ronda los 60€ e incluye todo el equipo –mono, casco, guantes, coderas, rodilleras– además del desayuno y del almuerzo al final del camino.
El termómetro se congela y apenas son las 8 de la mañana cuando se llega a La Cumbre a casi 4.700 m. Aquí se toma contacto con la bicicleta y tras las instrucciones de seguridad por parte de los monitores se inicia un descenso de 3.500 m hacia el pueblo de Yolosa. El frío encoge los músculos que se destensan posteriormente en un itinerario de 80 kilómetros que se realiza en unas cinco horas.
El viajero no pedalea mucho en un itinerario donde lo más importante es la concentración. Los brazos y las manos se agarrotan debido a la presión ejercida sobre los frenos pero se debe confiar en los mismos para poder disfrutar del descenso. De todas formas, se realizan paradas cada media hora para hidratarse, comer algún bocado y compartir las sensaciones.
La bruma es densa al inicio de la bajada. Fantasmagórica como avisando al viajero del peligro y descolgándose de unas nubes que se sitúan por debajo de la bicicleta que parece volar a más de 100 km/h. Esta primera parte del recorrido está por suerte pavimentada, un aperitivo inicial en buenas condiciones antes de enfrentarse al verdadero reto.
Tras una hora de descenso, se llega a Unduavi, parada en la que se olvida el asfalto y se accede al original camino de la muerte. Su nombre no es casualidad y refleja la historia de una carretera que se ha cobrado cientos de vidas. En el año 1983 fue protagonista del mayor accidente vial de Bolivia. Un autobús cayó al vació el 24 de julio dejando más de cien víctimas y las administraciones tomaron las medidas necesarias para reducir el tránsito. En 2007 se finalizó una carretera alternativa que es la nueva ruta entre Coroico y La Paz.
Así, la carretera construida por los prisioneros paraguayos durante la Guerra del Chaco en 1930 abraza a los que buscan una dosis extra de adrenalina y a algunos atrevidos transportistas que continúan usándola.
El asfalto da paso a la tierra, al polvo. El vértigo pedalea sobre una bicicleta que rueda con la muerte en un camino sin guardarraíles. Las curvas ciegas se suceden, las rocas entorpecen la conducción y los derrapes traseros son comunes en una asociación diversión-peligro.
Además existe torrentes de agua que se precipitan desde la propia montaña a la vía. Concentrados para no caer o, peor aún, precipitarse al vacío se recomienda dejar las fotografías y vídeos al personal que acompaña y dirige la ruta. Al día siguiente se podrá recoger un DVD con el material y una camiseta de recuerdo, si se sigue vivo.
En San Juan se encuentra el tramo más arriesgado donde en ocasiones el ancho de la carretera se reduce a menos de 5 metros. A la dificultad se le añade el riesgo de bajar durante todo el trayecto por el lado del precipicio. De esta manera se da prioridad al vehículo que asciende por la cara de la montaña.
Una vez cerca de Yolosa llega el momento de la calma. El calor se intensifica y quedan unos kilómetros en los que disfrutar y confortarse tras haber completado el descenso. Aparece el júbilo de haber ganado la partida a una de las carreteras más peligrosas del mundo.

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