Hijo segundo del emperador Enrique IV y de Berta de Turín, en 1098 fue elegido Rey de Romanos y heredero del Imperio en Maguncia, después de que su hermano mayor, Conrado, tomase el bando contrario de su padre en sus luchas contra los lombardos. En 1105 se rebeló contra su padre y le sucedió en el Imperio a su muerte, un año después. En 1107 luchó contra polacos y búlgaros, pero no logró su sumisión. En 1110 fue coronado Emperador en Roma y al año siguiente recibió del papa el derecho a la investidura. Su política autoritaria chocó contra los intereses de los oligarcas, que se levantaron contra él: en 1113 fueron vencidos los sajones, pero dos años después la rebelión se había extendido por toda Alemania y Enrique fue derrotado. Entre 1115 y 1118 Enrique reclamó sus derechos en Italia y, obteniendo la oposición del Papado, nombró un antipapa, Gregorio VIII. Enrique V fue excomulgado en 1118, pero negoció con el Papado, llegando a importantes acuerdos, plasmados en el Concordato de Worms (1122). No logró el control sobre los ducados alemanes y en 1124 se alió con el rey de Inglaterra para luchar con el de Francia, siendo derrotados los aliados.
Aunque Enrique IV había conseguido pacificar Alemania, los últimos años de su reinado se vieron empañados por la Guerra de las Investiduras y su excomunión por parte del papa Gregorio VII; en 1105, a pesar de la muerte de Gregorio VII, la situación continuaba, ya que el papa Pascual II había mantenido la excomunión lanzada por su antecesor, desoyendo todos los intentos de reconciliación del emperador. Consciente de la debilidad que implicaría su reinado si persistía el anatema sobre su padre, Enrique V abrazó la causa del Papado en 1104: el 12 de diciembre escapó de Frizlar, donde se encontraba con el emperador, y se puso al frente de la facción descontenta con la que se había enfrentado Enrique IV a principios de año en Ratisbona. Cuando el emperador rogó a su hijo que retornase a la fidelidad hacia él, éste contestó que no escucharía a un hombre excomulgado, y entabló conversaciones con Roma. Se reunió en Baviera con el legado apostólico Gebhardo de Constanza, de quien recibió la absolución. Después Enrique recibió una invitación de los magnates de Sajonia y Turingia para que se uniese a ellos; el heredero viajó hasta Nordhausen para asistir a un sínodo en el que mostró una completa actitud de sumisión hacia la Iglesia y de colaboración con los príncipes, que fue la clave para atraerse definitivamente a los obispos, a los sajones y a una buena parte de los señores de Baviera.
Con estas tropas Enrique (V) marchó hacia Maguncia, con la intención de restaurar a su arzobispo y conquistó Würzbug, pero el emperador, contando con el apoyo de las ciudades renanas, logró reconquistar la ciudad y expulsó a los rebeldes hasta Ratisbona. Enrique IV perdió todos sus apoyos y fue capturado por los fieles al heredero; en diciembre compareció ante una dieta en Ingelheim, donde abdicó y renunció a las insignias reales. Fue encarcelado y logró escapar a comienzos de 1106, levantando de nuevo un ejército contra su hijo, al que derrotó cerca de Lieja. De nada sirvió, porque el emperador murió poco después, dejando a Enrique V dueño del Imperio.
Con un carácter violento, Enrique V tuvo mejores dotes de estadista que su padre. El reconocimiento por parte de los príncipes alemanes y el Papado le permitió mantener las pretensiones frente a la Iglesia por las que su padre había luchado: el emperador proveyó a su gusto todos los obispados y abadías vacantes y reclamó de Pascual II, basándose en un diploma apócrifo de Adriano I, el derecho del emperador, ya concedido a Carlomagno, de establecer a los prelados, argumentando que sólo el emperador podía poner a un príncipe eclesiástico en posesión de sus derechos temporales (1106). Aparte del conde Roberto de Flandes, contra el que Enrique dirigió una expedición en 1107, no existían serios disturbios en Alemania. En un primer momento dejó de lado sus disputas con Roma para tratar de restablecer su soberanía sobre los reinos vecinos del oriente, perdida desde 1073. No sirvieron de nada las expediciones contra Polonia y Hungría y sólo Bohemia pudo ser conservada como territorio imperial. Mientras tanto las negociaciones con el Papado no habían progresado y el emperador, apoyado por todo el reino en una dieta en Ratisbona, emprendió en 1110 su primera campaña italiana para ser coronado Emperador en Roma y para llegar a un acuerdo sobre las investiduras con Pascual II. Aquel mismo año Enrique recibió la sumisión de la tradicional aliada de Roma, Matilde de Toscana, que le hizo heredera de sus Estados.
Con un ejército de 30.000 hombres Enrique V entró en Italia. Tal alarde hizo que Pascual II, abandonado por todos sus aliados, renunciase a sus derechos e hiciese concesiones: ofrecía un tratado que significaba la completa separación entre Estado e Iglesia; el rey debería renunciar a las investiduras y el papa ordenaría a los prelados que restituyesen al rey todo lo que hubiesen recibido de él. Cuando el 12 de febrero Pascual II hizo público el tratado, los príncipes eclesiásticos se rebelaron y hubieron de detenerse las negociaciones. Enrique se sintió engañado y reclamó la restitución de su derecho a la investidura, que le fue negada por el papa. Ello llevó a que el emperador arrestase al pontífice con todo su séquito. Ante la resistencia de los romanos, reprimida duramente, Enrique cortó las comunicaciones de la ciudad y finalmente el papa cedió: el 12 de abril de 1111 concedió a Enrique el derecho vitalicio a la investidura mediante el báculo y el anillo. La coronación imperial tuvo lugar al día siguiente.
A finales de 1111 el poder de Enrique V en Alemania e Italia alcanzaba su apogeo, pero este poder reposaba sobre bases poco sólidas y pronto fue contestado por el papa. En 1112 Pascual II se retractó de sus concesiones y, en Borgoña, el arzobispo Guy de Vienne declaró que la investidura laica era una herejía y anatemizó al emperador. En marzo, un concilio reunido en Roma declaró nulo el privilegio de la investidura. Comenzaron a producirse rebeliones en Alemania. Primero se levantó el arzobispo de Colonia; después se formó una conspiración de príncipes sajones y turingios, a cuyo frente se puso el duque sajón Lotario de Supplinburgo. La rebelión fue dirigida por el arzobispo Adalberto de Maguncia, antiguo canciller del emperador. Enrique se resolvió a sustraerse de la tutela de los príncipes y retornó a la política paterna del establecimiento de ministeriales, cuya acción redundaba en beneficio de la política regia y en detrimento de las regalías de los nobles. Fue mísero en sus escasas donaciones y protegió los dominios regios mediante la construcción de castillos en lugares estratégicos, como ya había hecho su padre. Las concesiones más importantes que el emperador realizó en esta época fueron precisamente para las ciudades, en orden a renovar su alianza: entregó cartas a los habitantes de Espira (1111) y a los de Worms (1114) que elevaban el status de los ciudadanos, eliminando muchos de los vejatorios derechos señoriales sobre sus personas y propiedades. Sin embargo, tampoco ganó incondicionalmente el favor de las ciudades y hubo continuos levantamientos en Maguncia o Worms. En sus relaciones con los nobles estaba decidido a hacer reconocer sus derechos soberanos y la oposición sólo le sirvió para reafirmarse en sus ideas y su política. Esto produjo revueltas que tuvieron que ser sofocadas por el emperador. En 1113 se sublevaron los sajones, después de que Adalberto de Maguncia, principal enemigo del emperador, fuese arrestado. Fueron vencidos por el ejército real en Warmstadt y el rey impuso diversas penas a los magnates sajones.
Enrique celebró su victoria mediante el matrimonio con Matilde, hija de Enrique I de Inglaterra, de once años de edad, el 7 de enero de 1114 en Maguncia. Recibió entonces la sumisión de Lotario de Supplinburgo, pero el emperador rompió su palabra poco después mediante el encarcelamiento arbitrario del conde Luis de Turingia. Esta prisión, unida a la del arzobispo Adalberto, incendió Sajonia, que se volvió a levantar contra Enrique; en mayo la revuelta ya alcanzaba Frisia, Lorena, el Bajo Rin y Westfalia. La derrota del emperador frente a Colonia en octubre no hizo sino animar a rebelarse también a los nobles de Turingia y Sajonia oriental. En esta ocasión la revuelta fue bien dirigida por el duque Lotario, que se enfrentó al ejército imperial en Welfesholze (11 de febrero de 1115) y derrotó al emperador, que hubo de refugiarse en Maguncia. La disputa eclesiástica volvió a encenderse por todas partes, como en la época de Enrique IV.
En 1115 murió la condesa Matilde de Toscana y Enrique V se trasladó rápidamente a Italia para tomar posesión de su herencia. Dejó los asuntos de Alemania en manos de su sobrino, el duque Federico de Suabia. El margraviato que heredó de la condesa constituía un complejo de poder que creaba para el emperador en Italia una posición diferente, que le llevó a buscar el entendimiento con Pascual II; no lo consiguió y tampoco Gelasio II, que en 1118 ascendió al trono de San Pedro quiso negociar con Enrique y se refugió entre los normandos en el momento en que el emperador trató de acercarse a Roma. Entonces Enrique permitió que el partido hostil a Gelasio nombrase un antipapa en la persona del arzobispo Mauricio de Braga (Gregorio VIII). Sin embargo, la muerte de Gelasio II y la elevación de Calixto II abrieron las expectativas de concertar la paz sin recurrir a las armas.
Pero no pudo ser así. La rebelión en Alemania, dirigida de nuevo por el duque Lotario, obligó a Enrique a abandonar Italia y la excomunión lanzada sobre él por Calixto II en abril de 1118 confirmó de manera definitiva el cisma entre el Imperio y el Papado. El monarca llegó a Alemania en agosto de 1118, justo a tiempo para poder evitar la celebración de una dieta en la que tendría que responder de sus actos ante los nobles. En cambio, a partir de 1119 entró en conversaciones con Calixto II, que de momento no dieron resultado y sólo sirvieron para que se confirmase la sentencia de excomunión. Pero el desgaste del emperador y de sus adversarios hacía imperiosa la necesidad de firmar la paz y para tal efecto se reunió una dieta en Würzburg a finales de septiembre de 1121. Se firmó un armisticio y se llegó a acuerdos para delimitar las áreas de influencia del Papado y del Imperio. Esta paz fue un triunfo para la nobleza, que asumió el control, mostrando la debilidad de la monarquía.
Desde comienzos de 1122 los intentos del emperador por negociar con el papa dieron resultado y, después de intercambios de legaciones, se decidió reunir un concilio en Worms, que tendría lugar el 23 de septiembre. Las conversaciones se centraron en el tema de las investiduras y por fin se llegó a un acuerdo, que quedó plasmado en un concordato: la designación eclesiástica sería sancionada por el emperador, bien en persona bien por medio de un representante, y el beneficiado recibiría sus dominios de la autoridad secular en calidad de feudo del Imperio. El Concordato de Worms se convirtió además en una Constitución del reino que regulaba las relaciones del emperador con los obispos y abades. En marzo de 1123 fue ratificado por la Iglesia en un concilio en Roma (primer Concilio de Letrán); las clausulas del concordato sólo serían vigentes durante el reinado de Enrique V, después de lo cual habría que llegar a un nuevo entendimiento entre ambos poderes universales.
El Concordato de Worms, que parecía dejar todas las ventajas del lado del emperador, reconocía al Papado el derecho de negociar con el Imperio de igual a igual y de nombrar los administradores de su mayor agrado. Tampoco las luchas con la nobleza habían tenido el resultado apetecido por el emperador, que, a lo largo de su reinado, vio como sus prerrogativas se recortaban y su control por parte de la nobleza se reforzaba. Enrique V había perdido el dominio de Baviera, convertida en un ducado hereditario por los Güelfos; los Hohenstaufen en Suabia trabajaban en el mismo sentido, pero alcanzaron una menor autonomía que los bávaros por sus intereses en participar en el gobierno del Imperio; y Sajonia, que siempre había sido el principal centro de particularismo, trató de eliminar todo rastro de la autoridad imperial bajo el mandato del duque Lotario. Solamente la Lorena, convulsionada en luchas intestinas, era territorio susceptible de entrar de nuevo en la órbita imperial.
Enrique V ya no tuvo tiempo de reconstruir el poder real. Tampoco pudo comenzar una campaña contra Luis VI de Francia para la que en 1124 se había aliado con el rey de Inglaterra, Enrique I; el anuncio de esta campaña causó un gran rechazo en Alemania y el emperador sólo pudo reunir un pequeño contingente que tuvo que huir de forma humillante ante el enorme ejército reclutado para defender Francia. También obtuvo Enrique una dura oposición cuando en 1125 quiso imponer un nuevo impuesto real según el modelo de Inglaterra. La impopularidad del emperador era tal que incluso fue acusado de ser el responsable de la enorme peste que asoló el reino durante aquellos años. En primavera de 1125, habiendo convocado una dieta en Utrecht para reorganizar su monarquía, el emperador enfermó gravemente. En su lecho de muerte, nombró a su sobrino, el duque Federico de Suabia, su sucesor y heredero. Murió de cáncer y fue enterrado en la catedral de Espira. Con él se extinguió la dinastía sálica o franconiana.
Las principales reformas que se llevaron a cabo durante su reinado fueron el conceder la ciudadanía a los artesanos esclavos y el abolir el derecho de manos muertas; esto llevó a la extinción de grandes herencias en el transcurso de pocas generaciones. Después de la muerte de Enrique V circularon rumores de que estaba vivo, e incluso surgió un impostor en Borgoña que afirmaba ser el emperador. Enrique V, en contra de sus deseos, fue sucedido por Lotario, candidato sostenido por el arzobispo Adalberto de Maguncia. La sucesión de Lotario II supuso una victoria del principio electivo sobre el principio dinástico.
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