sábado, 16 de febrero de 2013

OBJETOS COTIDIANOS: HISTORIA DE LA GOMA DE BORRAR

Hubo un tiempo, por supuesto, en el que no existían las gomas de borrar como las conocemos ahora. Por un lado, muchos de los métodos de escritura que existían eran indelebles, como la tinta. Por otro, el principal método de escritura que se podía borrar con relativa facilidad, el lápiz, no existió hasta relativamente tarde.Desde el principio de su existencia, el lápiz y otros sistemas similares (como el carboncillo) tuvieron éxito, entre otras cosas, porque podían corregirse los errores con relativa facilidad, ya que no impregnaban el papel, sino que depositaban una capa sobre él que, en teoría, podía ser retirada de nuevo.
Naturalmente, esto no era fácil: la manera más común de borrar lápiz era utilizar miga de pan (un método que sigue usándose hoy en día, y estas gomas se llaman gomas de migajón), pero este sistema tiene varios inconvenientes: por un lado, hace falta pan fresco (una vez que la miga se seca, no sirve) y, por otro, no es fácil trabajar con precisión con ellas. Sin embargo, al no haber alternativas, era el instrumento más utilizado. Curiosamente, quienes cambiarían la situación serían los aztecas.Diversos pueblos mesoamericanos, como probablemente sabes, jugaban a un juego de pelota en el que el objetivo era hacer pasar la bola por un aro de piedra. Puesto que este deporte fue practicado por varias naciones a lo largo de miles de años, hay muchas variaciones de reglas y no vamos a entrar en eso aquí, pero la clave de la cuestión (en lo que a este artículo respecta) era la pelota: era una pequeña esfera bastante elástica, que botaba en el suelo y las paredes de la cancha con una intensidad verdaderamente endiablada. No, no es una manera de hablar: de acuerdo con Bernal Díaz del Castillo, uno de los soldados de Hernán Cortés, cuando los conquistadores vieron los botes de estas pelotas se preguntaron si la causa no sería que estaban poseídas por espíritus malignos.
El dios azteca Xiuhtecuhtli, ofreciendo pelotas de goma en un templo. (Códex Borgia). Naturalmente, el secreto de las pelotas que vieron del Castillo y sus compañeros era menos místico, pero revolucionaría el Viejo Mundo cuando fue llevado de vuelta: se trataba del látex, que los mesoamericanos extraían del jugo del hule (Castilla elastica). Para que no se pudriera, era mezclado con el jugo de otras plantas, especialmente la enredadera Ipomoea alba, ya que los pueblos mesoamericanos no conocían la vulcanización (de la que hablaremos más adelante). La cuestión es que los españoles quedaron muy impresionados con las propiedades elásticas de la goma de los aztecas. Posteriormente se descubrirían otros árboles además del hule que producían látex, como el árbol del caucho (Hevea brasiliensis) brasileño, que se convertiría pronto en el principal productor mundial de látex. Con el tiempo fue transplantado a otros lugares, y hoy en día no es América la mayor exportadora de látex, sino que lo es Asia.
En cualquier caso, aunque el látex y sus derivados tendrían muchísimas aplicaciones en todo el mundo, cuando fue llevado a Inglaterra se descubrió, casualmente, un uso alternativo pero interesante para él: el científico Joseph Priestley, al frotar un trozo de caucho sobre un papel en el que había escrito con un lápiz, observó que el trazo se borraba muy bien. Sin embargo, Priestley no pensó en las posibilidades económicas de su descubrimiento. Quien sí lo hizo fue el ingeniero Edward Nairne, quien había patentado varias máquinas eléctricas, instrumentos ópticos y barómetros. En 1770, Nairne vendía ya gomas de borrar, que eran simplemente bloques de caucho natural, en su tienda de Londres. De acuerdo con el propio Nairne, descubrió este uso del caucho cuando cogió un bloque del material por error en vez de miga de pan para borrar unos trazos de lápiz. ¿Es esto cierto, e inventó la goma de borrar independientemente de Priestley? No lo sabemos. Como quiera que fuese, sus gomas eran una novedad y un artículo de auténtico lujo: Nairne las vendía por tres chelines (quince peniques modernos), es decir, más o menos siete por una libra…¡pero una libra de 1770! Un precio exorbitante.
Sin embargo, el problema de las gomas de Nairne era que se pudrían: en efecto, los europeos habían adoptado el látex, pero no el tratamiento que los americanos habían dado al producto para preservarlo mejor (por ejemplo, usando Ipomoea alba). Con el tiempo, las gomas de borrar empezaban a oler mal según el caucho fermentaba. Evidentemente, había que encontrar algo nuevo: no quiero imaginar la reacción de quienes comprasen gomas por tres chelines cuando, un tiempo después, las vieran pudrirse. La solución al problema la dio el estadounidense Charles Goodyear (sí, el nombre de los neumáticos) al inventar el proceso llamado vulcanización. No sabemos bien si por casualidad (como dicen algunos contemporáneos suyos) o a base de trabajo intenso y metódico (como dice el propio Goodyear en su autobiografía), el americano descubrió que, al calentar la goma natural con azufre, en vez de calcinarse (como ocurría cuando no se le añadía azufre) ésta se curaba, se volvía menos pegajosa, más dura pero elástica y, lo más importante, se volvía muchísimo más duradera, ya que no se pudría.
Aunque hay muchas consecuencias importantes de la vulcanización (todas las aplicaciones modernas del caucho la requieren, para que no se pudra), lo que más nos importa a nosotros en lo que a este artículo se refiere es que, a partir del descubrimiento de Goodyear y su patente en 1844, era posible fabricar gomas de borrar permanentes, que no se pudrían. A partir de entonces se volvieron más y más populares, hasta ser un objeto de la vida cotidiana hoy en día. ¿Por qué borra una goma? Bien, el caucho de una goma de borrar es un polímero del isopreno, es decir, está formado por cadenas muy largas hechas de “eslabones” de isopreno. Estas cadenas están enrolladas de forma parecida a la de un muelle, con “eslabones” que unen anillos consecutivos del muelle en diversos puntos. Por cierto, esa es la razón de que la goma sea tan elástica, ya que puede deformarse sin que las cadenas se rompan, pero al dejar de deformarla los anillos del muelle son devueltos a sus posiciones originales por los monómeros que hacen de unión entre ellos.
En cualquier caso, al frotar un trozo de caucho sobre un papel con grafito sobre él, el isopreno es capaz de asociarse muy bien al grafito, y lo retira del papel, dejándolo “colgado” del polímero, enganchado a algunos escalones de la cadena. Llega un momento en el que, cuando suficiente grafito está asociado a las cadenas del polímero, la cadena entera se vuelve “resbaladiza”: no quedan eslabones libres que puedan asociarse a nada, y el polímero está cubierto de una vaina de grafito. El grafito, como recordarás del artículo sobre el lápiz, se asocia formando láminas que pueden resbalar unas sobre otras, de modo que en ese momento la goma se vuelve resbaladiza y, al tratar de borrar, deja un residuo de grafito sobre el papel. Por otro lado, al frotar vigorosamente contra el papel, el polímero se rompe en distintos puntos, y las cadenas rotas forman las “virutas” de goma que quedan siempre al borrar, dejando una capa limpia de cadenas “libres” por debajo.
Una vez se supo la composición química del látex, no fue difícil elaborar goma sintética: cualquier polímero que presenta propiedades elásticas recibe ese nombre, y hay muchos, dependiendo de qué propiedades se quiere que tenga el producto final. Por ejemplo, muchas gomas modernas están hechas de polímeros de vinilo (sí, el mismo que el de los discos). Sin embargo, sus propiedades y su comportamiento son bastante similares a las de caucho natural. Los últimos avances en las gomas de borrar son accesorios: tener un cilindro de caucho dentro de una funda similar a un lápiz, por ejemplo, para tener mayor precisión, o la adición de pequeños motores eléctricos para realizar el movimiento de borrado en las gomas eléctricas -que pueden hacer más descansado borrar grandes superficies, pero no parecen tener demasiada precisión-. Pero se trata de cambios menores. El momento clave de la goma de borrar, desde luego, fue el día en el que los sorprendidos españoles vieron botar una pelota de goma “po

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