sábado, 2 de febrero de 2013

HILDEGART RODRÍGUEZ, LA VICTIMA DE UNA MADRE OBSESIONADA

HILDEGART RODRÍGUEZ era una joven de carrera prometedora, una niña prodigio, adelantada a una época en la que el papel de la mujer era casarse y tener hijos.Su madre, AURORA RODRÍGUEZ CARVALLEIRA, una mujer que odiaba a los hombres y le asqueaban las relaciones sexuales y que creció al lado de una hermana promiscua a cuyo hijo ella había críado y aupado al éxito(el niño prodígio del piano Pepito Arriola) y que luego su hermana le arrebató. Aurora había leído bastante sobre la Eugenesia y ahí fue fraguando la idea de engendrar un hijo y crear un ser perfecto, un nuevo mesías, en el cual no habría lugar para el amor.
Convenció a un cura para que la dejase embarazada y así luego no pudiese reclamar nada (recordemos que ocurrió a principios del siglo XX, no había inseminación artificial). De esa única coyunta nació el 9 de diciembre de 1914 una niña, Hildegart, literalmente su nombre significa "jardín de la sabiduría", una niña que aprendió varios idiomas y que a la edad de trece años comenzó prematuramente la carrera de Derecho y ya escribía en revistas de la época sobre sexualidad. Con dieciseis años termina la sus estudios, pero como no puede ejercer hasta la mayoría de edad, comienza la carrera de Medicina.
Ya por entonces, su madre la había inscrito en la Unión General de Trabajadores (UGT) y en las Juventudes Socialistas madrileñas; participando así en actos políticos y conferencias (defiende la igualdad de la mujer frente al hombre). Su nombre comienza a ser conocido entre políticos e intelectuales y es cuando se desilusiona de la actitud que toma el partido socialista en la Segunda República de España y se da de baja en las afiliaciones antes nombradas y pide el ingreso en el Partido Republicano Federal. Sigue publicando en revistas españolas (El Socialista, La Libertad y La Tierra) y colabora con otras extranjeras; pronuncia conferencias y escribe varios libros. Haciendo realidad los sueños de su obsesiva madre, lucha por el voto femenino, la igualdad jurídica de hombres y mujeres y por derribar los tabúes sexuales femeninos. Toda una adelantada para su época, funda junto al doctor Marañón la Liga Española para la Reforma Sexual y continúa con sus conferencias alusivas a la sexualidad femenina. En Francia, Inglaterra y Alemania ya la conocen; uno de sus admiradores, H.G. Wells la anima para que se vaya a vivir a Inglaterra, donde sus ideas serán mejor entendidas, mantienen una amistad epistolar.
A la edad de dieciocho años, después de una breve pero intensa vida, fallece a manos de su madre. Ella comienza a tener la necesidad de libertad, se ha enamorado de un joven político y aún vive bajo el yugo de su madre, que sigue soñando con hacer de su hija un modelo ideal de mujer independiente que lucha por los derechos de las de su género. Pero Hildegart anhela esta independencia y su madre no está dispuesta a dárselo, ni siquiera se hace a la idea de que su hija se enamore y menos a que se case; recordemos que el amor carnal no entra en sus proyectos y, es por esa razón, que la noche del 9 de junio de 1933 Aurora le dispara cuatro tiros a su hija mientras dormía, sin piedad. Su asistenta, años más tarde declararía que la madre tuvo a la hija encerrada en casa sin permitirle contacto alguno con el exterior. Vio truncado su delirante sueño a causa de una obsesión desmedida; nunca quiso que nadie tocase a su hija, ni siquiera ella le regalaba sus caricias de madre, ni sus besos de amor. Hildegart creció como una niña solitaria, pero con un gran bagaje cultural y nunca fue dueña de su destino.
"Suprimir una obra sublime con un acto sublime, ya que cualquier madre es capaz de parir, pero no de matar a sus hijos. La facultad de dar la vida lleva implícita la de quitarla, pero requiere gran valor", deja escrito a los pies del cadáver. Cuando le preguntaban a Aurora por qué lo había hecho, respondía: "Porque era tan hermosa". No estaba arrepentida. Lo volvería a hacer. En el juicio, declaró que la muerte se había producido de común acuerdo. La condenaron a 26 años, ocho meses y un día de prisión. A los dos años desapareció. Todo el mundo pensó que se había fugado o había sido excarcelada en medio del alboroto político y social de 1936. Pero no fue así. Aurora Rodríguez Carballeira nunca estuvo en la cárcel. Su prisión fue el hospital psiquiátrico de Ciempozuelos. Allí murió, completamente sola.

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