Con esta denominación se identificaban las clases medias y bajas, pero no indigentes, de la sociedad francesa, miembros del tercer estado o estado llano. El estado estaba integrado por sectores populares, no privilegiados, pero con distinta capacidad económica. Los había ricos (burgueses: comerciantes y banqueros) de clase media (artesanos, pequeños comerciantes, profesionales independientes) y los pobres (obreros y mendigos).
Todo el tercer estado oprimido se uniría en un principio reclamando la abolición del absolutismo monárquico y los privilegios feudales, pero pronto, dentro mismo del tercer estado los humildes sans-culottes, usados al principio como cuerpo armado de la revolución, serían luego descartados por los ricos burgueses, que consideraban que sus riquezas les otorgaban derechos políticos, que no pensaban resignar.
Como vemos la revolución tuvo un fin noble, pero encubría mezquinos intereses de clase. Fue pueblo contra gobierno tiránico, y luego dentro del mismo pueblo, lucha entre ricos y pobres. La sociedad de iguales prometida, todavía era un sueño a alcanzar.
Los sectores más importantes usaban como prenda de vestir unos pantalones ajustados (calzas) cortos, denominados culottes, y los de clase media y baja usaban pantalones largos, rayados y de tela de paño. Muchos de ellos cubrían sus despeinadas cabezas con un gorro frigio, simbolizando la anhelada libertad y hablaban tuteando a sus interlocutores, y no tratándolos de señor, indicando la necesidad de igualdad social.
Con el nombre de sans-culottes (sin calzones) significaban que ellos pertenecían a clases poco influyentes, que debían soportar las penurias de verse injustamente relegados como ciudadanos de segunda categoría, mientras los nobles ociosos, gozaban de innumerables privilegios.
Con el coraje de las víctimas humilladas, sembrado en sus corazones el odio hacia los opresores, fueron los sans-culottes, los más decididos y violentos a la hora de encarar el cambio político-social.
El fracaso de las cosechas en 1788, causó hambre y miseria entre sus miembros, y eso hizo que los ánimos estallaran.
Fueron sus cuerpos los que se expusieron en la histórica y simbólica Toma de la Bastilla logrando que la Asamblea reunida en Versalles declara el término de los privilegios de la nobleza y la extinción de las servidumbres. Fue este grupo el que tomó el Palacio de las Tullerías para apresar a Luis XVI, que terminaría condenado a la guillotina, con el decidido apoyo de estos hombres bravíos, que no se caracterizaban precisamente por su moderación.
Se aliaron al jacobino Robespierre, durante el reinado del terror, iniciado en junio de 1793, incitando a la prisión de los girondinos, conformando el ejército liberal que con bravura hizo frente a las monarquías absolutistas, que se lanzaron al ataque contra Francia, para impedir que las ideas revolucionarias, se infiltraran en sus estados, y los reyes perdieran su divino poder.
El Régimen del Terror terminó, entre el 27 y el 28 de julio de 1794. Robespierre y los jacobinos, que eran los líderes del pueblo parisino, bregando por la igualdad de clases y el reparto igualitario de tierras, fueron víctimas de su propio aparato represivo, ya que perecieron guillotinados, pero los sans-culottes no se resignaron, e intentaron derribar infructuosamente a los nuevos dirigentes moderados de la Convención, la llamada “burguesía termidoriana”, constituida por los ricos patrones de fábricas y banqueros. Los sans-culottes querían restablecer la Constitución de Robespierre de 1793..
El nuevo gobierno: “El Directorio” a cargo de la burguesía moderada, era impopular, y el poder había quedado a cargo del ejército, quien al mando del general Napoleón Bonaparte reprimió con la artillería, en un hecho conocido como “la descarga de la metralla” a la multitud enfervorizada, que en mayo de 1795 intentaba atacar el Directorio, siendo muchos líderes ejecutados, demostrando así a los sans-culottes que su poder, al menos momentáneamente, había terminado.
Habría que esperar las luchas obreras para poder alcanzar ciertos derechos sociales, que no les interesaban conceder a la nueva y oligárquica dirigencia política.
El poder absoluto del rey había terminado. Ahora se imponía el poder del dinero.
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