A 24 kilómetros de la carretera asfaltada más próxima, al lado de una sucia carretera que se pierde en el desierto de Mojave. Es un lugar en el que no hay nada y los “edificios” más cercanos son unas cuantas caravanas y chozas, a unos 8 kilómetros. Su rareza y soledad cautivaron a no pocos, a finales de los 90 cuando la cabina se convirtió en todo un fenómeno en internet y se puso de moda llamar a su número para ver si alguien contestaba.
El descubridor de la cabina fue un tal Mr. N. en 1997. Mr. N estaba un día mirando un mapa de carreteras de Mojave cuando descubrió un símbolo de teléfono. Mr. N se hizo la misma pregunta que luego se harían muchos: ¿Qué puede hacer una cabina en medio del desierto? ¿No será un error? Algo incrédulo, decidió desplazarse desde su casa en Los Angeles hasta aquel lugar y salir de dudas. Y en efecto, cuando llegó al lugar comprobó que allí, en medio de la nada, la cabina existía.
Según Mr. N la cabina no siempre había estado tan sola. Parece ser que en los 60 en las proximidades de la cabina había una mina y fue esa mina la que animó a la compañía telefónica a poner la cabina allí. En cualquier caso, para cuando Mr. N la descubrió, la mina ya no estaba y los mineros tampoco, pero la compañía de teléfonos de la zona, Pacific Bell, la mantenía operativa. Los escasos habitantes que vivían en la zona disponían de una cabina en la que rara vez había colas.
Mr. N envió una carta al fanzine Wig Out! para compartir su hallazgo y el principal logro de su viaje, el número de teléfono de la cabina, 619-733-9969 (posteriormente sería el 760-733-9969, al cambiar su código de área). La revista casualmente llegaría a manos de Godfrey Daniels en mayo de 1997 y quedó fascinado por la existencia de la cabina. Lo primero que hizo fue llamar al número, como era de esperar nadie cogió el teléfono. Aunque Daniels no desesperó y decidió seguir probando suerte. Llamaba cada día y grababa sus llamadas por si alguien contestaba.
Su insistencia tuvo premio y tras un mes de llamadas, el 20 de junio, obtuvo la señal de comunicando. La emoción se adueño de él y no dejó de pulsar el botón re-llamada en los instantes siguientes. A los 3 minutos el teléfono dio la señal de sonando y una mujer contestó, se llamaba Lorene Caffee. Lorene trabajaba en la mina de cenizas volcánicas que su familia había gestionado desde 1948, la mina estaba cerca de la cabina, y no tenía teléfono propio. Lorene explicó a Daniels que tampoco tenían electricidad y tenían que usar generadores, para ir a recoger el correo tenían que desplazarse más de 80 kilómetros. Pese a todas estas incomodidades, Lorene decía estar encantada de vivir allí.La descripción que Lorene dio a Daniels de la zona, la cabina y su vida allí le convencieron, o casi, que la cabina existía, tan aislada y rara como él la había imaginado. Pero tras haber conseguido su primer logro, que alguien contestara al teléfono, la obsesión de Daniels por la cabina no decreció, sino que decidió visitarla. En la que sería la primera visita de varias visitas, comprobó que la cabina no tenía el mejor aspecto posible, los cristales ya no estaban, tal vez alguien los hubiera utilizado de blanco, como la parte metálica de su estructura que tenía unos cuantos agujeros de bala. El cajetín de las monedas hacía tiempo que había sido retirado, por lo que sólo era posible recibir llamadas o hacer llamadas de larga distancia con tarjeta de crédito. El cartel típico de todas las cabinas con la palabra “Phone” tampoco estaba y Daniels aprovecho para colocar en su lugar una placa metálica con la dirección de su web y la fecha de su visita “August’98” para no asustar a nadie dejó escrito “vinimos en son de paz con toda la humanidad”.
Tras esta primera visita Daniels se enamoró de la cabina y decidió crear una web, “The Mojave Phone Booth Site”, para compartir ese amor con el resto de la humanidad. En sub web Daniels explicaba la historia de la cabina perdida en el desierto y pedía a los visitantes que llamaran a su número. Posteriormente, también utilizó la web para organizar lo que Daniels llamaba “Mojave Phone Booth Party”, celebraciones en las que los fans de la cabina se daban cita en la cabina y se dedicaban a responder llamadas. En una de estas celebraciones, en julio de 1999, Daniels y el grupo de amigos que se reunieron contestaron en sólo 4 horas a 72 llamadas provenientes de todo Estados Unidos, Canadá o sitios más alejados como Alemania o Australia. La mayoría era gente que había visitado la página web de Daniels.
Godfrey Daniels, de 33 años en 1997, trabajaba de consultor informático y había encontrado en internet el medio ideal para compartir y documentar sus aventuras y obsesiones. Hacia unos años, había intentado crear su propio país llamado Oceania y presentarse a las elecciones de Arizona. Otra de sus rarezas era viajar siempre acompañado de un busto de Richard Wagner, que se puede ver en algunas de las fotos de su web. Pero esta vez su nueva aventura había rebasado todas sus expectativas y llegó a los periódicos, también fueron muchas las páginas web que se crearon haciendose eco de la existencia de la cabina o documentando viajes personales.
La cabina era visitada por sus fans, especialmente los fines de semana. Las probabilidades de obtener respuesta al llamar mejoraron con respecto al pasado. De hecho, muchos de los que llamaban se sorprendían de encontrar alguien al otro lado, cuando su única esperanza como mucho era despertar a los coyotes que pudieran merodear en sus alrededores. Para Daniels llamar era algo parecido a viajar, una manera de hacer suceder algo en un lugar lejos, una manera de escapar del aburrimiento, una evasión.
Al cabo de unos años, en abril del 2000, pasó lo inevitable, la excesiva popularidad hacía tiempo que se había convertido en la principal amenaza para la cabina y el mismo Daniels se empezó a aburrir un poco del tema. En cierta manera vio como la situación le superaba y sin quererlo, al intentar compartir la existencia de la cabina con gente parecida a él, había iniciado una avalancha de visitantes a la cabina, y había pasado a formar parte de la cultura maintream.
El final llegó sin avisar. Una madrugada Chuck Atkins, que supo de la cabina gracias a Steve, que la conocía gracias a Daniels, llamó a la cabina y comprobó que comunicaba. Chuck se preguntó quién podría estar a las 2 de la mañana hablando desde la cabina, aunque también podría ser que alguien hubiera dejado el auricular descolgado. La alternativa era mucho peor, era pensar que habían dado de baja el número, es decir quitado la cabina. Al comprobar que no dejaba de comunicar Chuck envió un mail a Steve, y aunque no se conocían en persona decidieron ir a la cabina y comprobar que pasaba empezó así la misión “Hang it up” (colgar).
Steve, de cuarenta y pocos, y Chuck, de treinta y tantos, aprovecharon el largo viaje desde Los Angeles hasta la cabina, 390km, para conocerse mejor. El último tramo del trayecto era especialmente propicio para perderse, pero decidieron seguir la mejor señal posible, los cables del tendido telefónico. Finalmente llegaron y al principio se tranquilizaron, la cabina estaba allí, no la habían quitado. Por un lado, tenían un sentimiento de haber perdido el tiempo, aunque no del todo, la misión original era colocar el auricular del teléfono en su posición correcta para así poder volver a casa, llamar y hacerlo sonar. Sin embargo, el teléfono no funcionaba. Después de mirar si había algún cable o alguna conexión floja, se dieron cuenta que no había nada que hacer, sólo llamar a la Pacific Bell para que la arreglaran.
Días más tarde Chuck, Daniels y muchos otros fans de la cabina se enterarían que en una decisión conjunta, la Pacific Bell y el Servicio Nacional de Parques habían decidido retirar la cabina. El motivo que esgrimían era que la enorme popularidad de la cabina había incrementado el tráfico de visitantes en la zona lo cual tenía un efecto muy pernicioso sobre el entorno.
Según el Servicio de Parques la zona se estaba degradando, los visitantes dejaban inscripciones y pintadas en las piedras de alrededor de la cabina, e incluso había habido algún conato de incendio forestal causado por alguno de los campistas que acudían a responder llamadas. No obstante, parece ser que la misma Pacific Bell fue reacia a quitar la cabina. Aunque Pacific Bell nunca dio cifras concretas del uso de la cabina, la compañía reconocía que el número de llamadas salientes era muy bajo, pero por otro lado la cabina se había convertido en una fuente gratuita de publicidad para la compañía. Prueba de esto último era que había vuelto a colocar los letreros de “Pacific Bell” con el logo de la compañía, los cuales hacía mucho tiempo que habían desaparecido.
Pese a los intentos de Daniels y los demás fans para que la cabina volviera a su lugar, lo único que consiguieron es que colocaran una placa para recordarla en su lugar, que más tarde el Servicio de Parques también quitó. Las intenciones de Daniels de comprarla y colocarla en algún lugar “secreto” para que la gente pudiera llamar, también fracasaron, según se cuenta la Pacific Bell después de retirar la cabina la destruyó.
La cabina había llegado a su fin después de 3 años en los que se convirtió en un imán para gentes peculiares y amantes de las curiosidades. De entre todos ellos, hay uno que tal vez destaque por encima del resto. Se trata de Rick Karr, un tejano de 51 años que dijo haber recibido instrucciones del Espíritu Santo para que viajara a la cabina y atendiera las llamadas que recibiera. Rick pasó 32 días acampado al lado de la cabina en los que respondió a unas 500 llamadas, varias de ellas de un mismo llamante que se identificaba como “Sargento Zeno del Pentágono”.
Aunque en 2006 la cabina ya había sido retirada, sirvió de inspiración para la película de cine independiente “Mojave Phone Booth”. La película cuenta la vida de cuatro viajeros ficticios, que visitan la cabina con la esperanza de que esta suene y el azar los ponga en contacto con un desconocido. La cabina también fue visitada por la agente Scully en un capítulo de Expediente X, aunque para entonces la cabina original ya había sido desmontada y tuvieron que grabar la escena en una réplica.
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