1966 es el año de arranque de nuestra pareja de chapuceros. Nacen en un momento de especial inspiración, en el que su creador ya ha desarrollado su estilo definitivo y por tanto sus nuevas creaciones gozan ya de todos los adelantos narrativos y expresivos del autor; Desde el principio sus historietas disfrutan del movimiento continuo que ya impera en todas las creaciones de su autor a partir de esa fecha, coincidente con la cuarta etapa de Mortadelo y Filemón.
Desde su nacimiento, en Tio Vivo 269 y hasta el nº 321, la historieta ocupa la doble página central del semanario, con la particularidad de que no hay división y la lectura se extiende de izquierda a derecha y de arriba abajo sin solución de continuidad. Esta práctica extraña (pero común a otras series ilustres tales como las aventureras El Capitán Trueno y El Jabato) se abandona en 1967 para adoptar la ya clásica división en dos páginas que acompañará por siempre a los chapuzas a domicilio en las revistas standard. Permanecen en Tío Vivo hasta su número 607 (Octubre del 72) y desde la semana siguiente lucirán desde la portada en DDT 276 y en las páginas interiores hasta el cierre, en DDT 550, siendo las últimas historietas ya de autoría apócrifa.
Sigue el esquema tan querido por su autor de sustentar las peripecias sobre dos personajes: el jefe, tiránico y holgazán, deja en manos de su ayudante el grueso del trabajo, mientras pasa la mañana en el bar o tumbado a la bartola; regresando sólo para comprobar el resultado y pasar factura, pero encontrandose invariablemente con un estropicio ocasionado por el bienintencionado e incompetente Otilio y a tiempo de ser perseguido por el damnificado cliente mientras él persigue a su vez al ayudante que no comprende lo que pasa. Con cada nueva historieta, el proceso se repite, como si los protagonistas no fueran conscientes del cúmulo de chapuzas de la semana anterior, como si se limitaran a interpretar eternamente el mismo papel en la comedia que Ibáñez ha urdido para ellos.
Por si la estupidez e incompetencia de Otilio no fueran suficientes, su tendencia a los excesos con la comida redondean su personalidad. Los gags iniciales de cada historieta están relacionados con la voracidad del ayudante, creando secuencias verdaderamente delirantes, pasadas siempre por el tamiz de la exageración propia de su creador.
Los finales característicos de la Escuela Bruguera se convierten en norma en las agitadas peripecias de nuestros entrañables chapuzas, que siempre terminan corriendo delante de los clientes, con la variante de la persecución de Otilio por Pepe Gotera, a causa de los desastres ocasionados por el primero en cada historieta.
Para que quede claro que todos sus personajes se mueven en el mismo universo, de tanto en tanto se producen breves apariciones de otras creaciones del autor en una práctica iniciada en la segunda mitad de los años sesenta. Cuando se requiere de unos investigadores para dar con el paradero de los fugados Pepe Gotera y Otilio, ahí están Mortadelo y Filemón (el primero literalmente ejerciendo de sabueso, para rastrear mejor la pista); si resulta conveniente el comentario de un corto de vista para rematar irónicamente una escena de persecución, ahí está siempre Rompetechos, agazapado en una esquina de la última viñeta para expresarnos su versión deformada de la realidad.
El quid de la cuestión, el meollo del asunto se encuentra en los encargos cotidianos que reciben. Con su inconsciencia intacta episodio tras episodio, se atreven con todo: arreglar un carrito de bebé, limpiar de malas hierbas un jardín o levantar un tabique. Cualquier excusa es válida para desatar su incompetencia y dejar tras de sí un rosario de catástrofes surtidas. El eficaz método de Ibáñez consiste en ir acumulando gags tras gags en un crescendo a menudo violento y a un ritmo vertiginoso.
En 1971, los Ases Chapuceros están en la cumbre de su popularidad. Quizá por ello son elegidos para iniciar la nueva colección en rústica que presentará una selección de aventuras de los más destacados personajes de Bruguera en volúmenes de 80 páginas en color y tapa blanda. La marca de la casa será la recopilación desordenada de las historietas. Al citado volúmen 1, Chapuzas a domicilio, seguirán los números 8 (Trabajitos finos), 22 (Chapuceros de vía estrecha), 31 (Destrozos de artesanía), 50 (Catástrofes surtidas), 60 (Manitas para el oficio), 78 (Expertos en cualquier cosa), 82 (Una pareja de alivio), 85 (Ases de la chapuza) y en el 109 (Combinado de risas) forman un triunvirato del humor junto a Sacarino y Rompetechos.
Como en Mortadelo y Filemón al principio de la década de los setenta, En Pepe Gotera y Otilio se sigue la estrategia del episodio seriado semanalmente con páginas dobles numeradas de la A a la D que iran conformando breves ciclos sobre un mismo tema: una apisonadora, una tuerca, una cortadora de cesped, colocar el marco de una ventana…para posteriormente ser recogidos en álbumes en tapa dura de Ases del humor y Alegres historietas. Algunos títulos: Un, dos, tres…chapuzas otra vez, Chapuzas a go-go, ¡Aquí se arregla todo!, En Abril, chapuzas mil, Campeones de la risa, El club de las chapuzas. También serán recopiladas en Olé mezcladas con páginas de distintas épocas.
Al igual que el resto de personajes de Ibáñez, tampoco los chapuzas se libraron de las historietas realizadas por un equipo de dibujantes y guionistas. Gran parte de los años setenta y ochenta son apócrifos, tanto en historietas cortas con que nutrir las revistas semanales (realizadas preferentemente por Martínez Osete) o los seriales del Bruguera Equip para los especiales: El castillo de los Pelhamcudy, Gran Hotel. Ya en Ediciones B, el mismo equipo firmaría Operación: Disneylandia, serializada en los 7 primeros números de la revista Superlópez.
Ya sin serie propia (las apariciones de los personajes se limitan a reediciones continuas del material clásico), los chapuzas se integran puntualmente en una gran aventura conjunta con Mortadelo y Filemón y Rompetechos: El quinto Centenario (1992), álbum de los detectives de inmejorable factura y grato recuerdo. Esta ha sido hasta la fecha la última aparición datada de los personajes, quedamos a la espera de que el creador los retome en alguna nueva historieta, pues, como acostumbra a decir en sus declaraciones: “siguen tan frescos como siempre”. Pues ya sabe, maestro, queda pendiente la recuperación de sus entrañables arreglalotodo.
Aunque a gran distancia de Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio han tenido siquiera una mínima representación en las sucesivas ediciones llevadas a cabo por B, la actual propietaria de los derechos, así como por ediciones puntuales de otras editoriales o a través de licencias para coleccionables de diarios españoles. En los años 80 Ediciones Bruch dedicó dos gruesos tomos de su colección Gran festival del cómic a nuestros entrañables Chapuzas; Han continuado presentes en la colección Olé varios (Dos currantes delirantes) y Magos del humor (Campeones de la risa), y han formado parte de antologias como Grandes del humor (1997), El mejor Ibáñez (1999), Francisco Ibáñez y Olé (2001), Super Cómics (2003) o Las mejores historietas del cómic español (2005).
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