Los hermanos Quero fueron un extraño fenómeno: eran maquis, pero maquis urbanos. Su resistencia al franquismo no se producía en las sierras ni en los montes, sino en el centro de Granada. La familia vivía en el Albaicín dedicada al negocio de la carne cuando les sorprendió la Guerra Civil. Los hermanos Antonio, José, Pedro y Francisco Quero se aliaron del lado republicano y estuvieron en el frente. Cuando concluyó la guerra, como tantos otros milicianos, sólo deseaban volver en paz a sus casas.
Pero el régimen franquista jamás perdonaría a los combatientes republicanos. Al concluir la contienda, comenzó otra incluso más cruel todavía: la represión y persecución franquista. Los hermanos Antonio y José Quero Robles fueron encarcelados a penas menores, pero los continuos fusilamientos que siguieron tras la guerra y los rumores de que los fascistas asesinaban a los presos les empujaron a hacer algo que les cambiaría la vida: fugarse.
Aquella escapada de la cárcel de La Campana, en Granada, en junio de 1940 los convertiría en unos proscritos. Lo primero que hicieron los dos hermanos fue unirse a la partida de Juan Medina García, El Yatero, con el que estarían unos meses para después constituir ellos mismos su propia partida.
Pronto se caracterizarían por sus golpes espectaculares al régimen franquista, por sus enfrentamientos a tiros con la policía armada y la Guardia Civil y por su forma de escabullirse de las ratoneras más difíciles. A sus sorprendentes atracos y secuestros (llegaron a cometer dos simultáneamente en un mismo día) se unió la fama de que el dinero que obtenían era o bien para la Resistencia antifranquista o para familias que estuviesen pasando un estado de necesidad. Gracias a ellos lograrían tener una enorme red de apoyos e informadores.
Los hermanos Quero, que confiaban que el fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída de Hitler supondría también la caída de Franco en España y el regreso de la República, se habían prometido que se suicidarían antes de ser detenidos por elementos del Régimen. Se sabían abocados a la muerte, pero eso no fue óbice para que cometiesen atracos que dejaban atónita a la población granadina del momento, como el secuestro, durante un par de horas, de Manuel Rodríguez-Acosta, de una de las familias más adineradas entonces, para conseguir 250.000 pesetas, una fortuna entonces, o la retención de otro miembro de la burguesía granadina para obtener otro tanto. Eso sí: siempre que cometían un atraco o un secreto lo hacían con una tremenda educación. Eran famosos por ir muy bien vestidos y ser exquisitos en el trato con la gente... Hasta que tenían que enfrentarse a tiros con los guardias.
Hoy parecería increíble. Pero fueron famosas las persecuciones por Granada con gran cantidad de intercambio de disparos entre los miembros de la partida y las fuerzas franquistas. Algo digno del más genuino Chicago de Al Capone.
"A partir de 1942", dice Jorge Marco, "es cuando la leyenda se comienza a acrecentar y ellos se creen su propia leyenda y se ven incluso obligados a dar golpes sorprendentes para mantener aquella leyenda". Eso le impulsaría a realizar secuestros a plena luz del día en la Gran Vía, por ejemplo.
La tragedia, sin embargo, no tardaría en llegar. Pepe Quero, de 29 años, murió en un almacén del Carril del Picón al tratar de secuestrar a su propietario para conseguir un rescate. El hijo del dueño, al descubrir la situación, disparó contra el miembro de la banda. Se organizó un tiroteo y su otro hermano, Francisco, se vio obligado a huir dejando atrás el cadáver.
En julio de 1945, Francisco y Pedro Quero se vieron acorralados por la Guardia Civil en el Sacromonte. Los dos resultaron heridos, Pedro con una pierna rota y Francisco, con un disparo en el ojo. Su huida fue antológica: Francisco, con los ojos ensangrentados, se echó a su hermano a hombros mientras Pedro disparaba contra los agentes.
Luego consiguieron separarse y Pedro se escondió en una antigua mina. Allí fue acorralado. Resistió matando. En el asedio, una cuñada suya pudo entrevistarse con él para convencerle de que se entregase. Él sólo le pidió un cigarrillo. Al terminar de fumárselo, le dijo a su cuñada que se fuera y se pegó un tiro. Y ni aun así, los agentes se atrevieron a asomarse a la boca de la mina.
El 30 de marzo de 1946 le tocaría el turno al propio Francisco. Sorprendido junto a Antonio Morales, El Palomica, en la Plaza de los Lobos, Francisco Quero inició una esperpéntica escapada a tiros por todo el centro de la ciudad, calle Duquesa, Plaza de la Trinidad, calle Mesones, Escudo del Carmen, San Matías... Eso sucedía a las cuatro de la tarde. En la calle Solares, herido, acorralado y disparando con dos pistolas, Francisco Quero cayó abatido frente a una multitud de policías. Su cadáver sería posteriormente pateado con saña hasta dejar su rostro irreconocible. En el tiroteo también murieron un pintor y un policía. Francisco tenía 24 años.
El final de la banda de los Quero llegaría el 24 de mayo de 1947. Dos días antes, Antonio Quero, Antonio Ibáñez y José Mérida, sufrieron una emboscada por parte de la policía en un piso del Camino de Ronda en el que se habían refugiado. Habían sido delatados por un confidente. Todo el bloque fue desalojado y comenzó un asedio que duraría dos días. En ese asedio se produjo un episodio que aún se recuerda en Granada: en un intento desesperado, Antonio Ibáñez cogió un colchón y saltó con él desde un segundo piso ante los disparos de la policía. Cayó malherido pero continuó disparando hasta morir una hora después. No existe una versión oficial de la muerte de Antonio Quero. Mientras la policía de la época señaló oficialmente que había sido abatido cuando intentó oponer resistencia a la entrada de las fuerzas (llegó a haber en la operación hasta un helicóptero del Ejército), Jorge Marco cree que la teoría más plausible fuera la del suicidio final, tal y como se habían prometido los cuatro hermanos.
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