Las catacumbas de los Capuchinos en Palermo, Sicilia (Italia) alberga uno de los museos mas escalofriantes y singulares del mundo. Las catacumbas datan de 1599 cuando se enterró por primera vez a un monje con fama de santo para que fuera rezado y visitado, el Hermano Silvestro de Gubio. Así descubrieron los monjes las especiales condiciones climáticas que reunían las catacumbas.
Poco a poco esto fue convirtiendose en una tradición local, al punto de que muchos dejaban instrucciones en su testamento respecto a las ropas que lucirían después de muertos e incluso las que deberían ponerle pasado un tiempo. Así se fueron reuniendo aproximadamente un total de 8.000 cadáveres que se exponen como si de una galería de la muerte se tratase. Muchos fueron embalsamados con diferentes métodos.
Están expuestos en hileras clasificados en Hombres, Mujeres, Niños, Vírgenes, Monjes y Profesionales. En el pasillo de los profesionales podemos encontrar jueces, profesores, militares algunos incluso enterrados con sus ropas militares estilo napoleónico.
Muchos de los cuerpos han sufrido deformaciones por el paso del tiempo o han perdido algunos de sus miembros.
Destaca por el estado de conservación el cuerpo de la pequeña Rosalía Lombardo una niña de 2 años que parece más bien dormida. El cuerpo fue momificado en 1920, por el doctor Solafia, mediante inyección de compuestos químicos pero hasta el día de hoy se desconoce la fórmula, pues se llevó su secreto a la tumba.
Este fue uno de los últimos cuerpos que se depositaron en las catacumbas de Palermo que actualmente se pueden visitar mañana y tarde.
En Palermo, hasta el s. XVII, siguieron la costumbre de los franciscanos del culto a los muertos teniendo sepulturas exclusivas para los hermanos, no aceptando que fueran enterrados los particulares.
Esta idea cambió a principios del s. XVII debido al traslado de los conventos a la periferia de la ciudad,
donde tenían que construir capillas a expensas de algún benefactor que a veces les cedía un edificio con la condición de que a su muerte fueran enterrados en ellos, reservándose así el derecho de sepultura. Por un Decreto de la Santa Sede de 1637 se concedió permiso a los capuchinos para enterrar en sus cementerios a extraños de la Orden. Así se cumplía el deseo de los fieles de reposar cerca de las reliquias de los santos y en la Iglesia pensando que así estarían también más cerca de la oración y en lugar santo.
Las actuales catacumbas, que han dado fama a la Iglesia y Convento de Capuchinos de Palermo, proceden del año 1599, cuando los frailes comenzaron a excavarlas y ampliarlas bajo el altar mayor por varios motivos: primero porque el lugar primitivo
resultaba ya insuficiente y segundo porque decidieron trasladar los restos de los hermanos allí enterrados para dejar un lugar vacío que, debidamente acondicionado, sería utilizado como refugio u hospital para los viajeros que llegaban a Palermo de noche y no podían entrar en la ciudad cuyas puertas se cerraban herméticamente. Así, la primitiva cripta se transformó en hostería y hospital o refugio de viandantes.
Pero la gran sorpresa para los padres capuchinos fue
que al ir a retirar los restos óseos de los enterrados para
trasladarlos a las nuevas sepulturas de la catacumba,
hallaron que los cuerpos de 40 de ellos se conservaban con
la carne flexible aunque momificada, como si hiciese poco
tiempo que hubiesen muerto.
Esto fue a causa de la sequedad del terreno y las
corrientes de aire. Pero además, los hermanos capuchinos
desarrollaron una serie de técnicas especiales de
embalsamamiento que les permitían conservar los cuerpos en
buenas condiciones, evitando la putrefacción.
Estos cuerpos habían sido enterrados siguiendo su
costumbre, sin caja, directamente en la tierra, como los
musulmanes, en nichos excavados en las paredes. Trasladaron
los cuerpos a sus nuevos refugios y, a medida que hacía
falta, iban excavando nuevas galerías subterráneas así como
nichos en sus muros donde colocaban los cuerpos de las
frailes fallecidos.
El estado de conservación de los cadáveres era
impresionante, en gran medida por la especiales condiciones
del terreno y en otra por la gran pericia adquirida por los
hermanos capuchinos a través de muchos años de práctica. Hay
información de que los cuerpos eran colocados para su
conservación en un baño de arsénico o de cal, siendo esta
última utilizada más en épocas de epidemias. Es sabido que
los cadáveres de los individuos muertos por envenenamiento
por arsénico se conservan muy bien ya que este producto es
un elemento que evita la corrupción de los cuerpos. Los
capuchinos sabían esto sin duda y por eso utilizaron esta
técnica, al menos en algunas ocasiones. En otros casos se
practicó el embalsamamiento con diversos fármacos,
inyecciones, que tenía como base la fórmula secreta
inventada por el Dr. Solafia. El método más común utilizado
fué el de deshidratar los cuerpos dejandolos a lo largo de
los pasillos en pequeñas celdas llamadas "coladores".Los
cuerpos eran secados en las celdas durante ocho meses,hasta
que eran sacados y lavados con vinagre antes de ser
expuestos.
De 1866 a 1897, los capuchinos fueron expulsados por
los decretos de exclaustración quedando las catacumbas bajo
la custodia del Ayuntamiento de Palermo. Durante este
periodo de tiempo, los cuerpos, al no ser cuidados
debidamente, se deterioraron bastante. Esto significa que
los frailes cuidaban constantemente de los cuerpos, y que
las momias debían ser vigiladas. En 1897, regresaron los
capuchinos y comenzaron a restaurar los daños sufridos por
los subterráneos y por las momias. Algunos de los cuerpos
fueron envueltos en telas de saco llenas de paja, lo que
ayudó a su desecación y eliminación de la humedad y hongos
que habían aparecido. También durante la Segunda Guerra
Mundial hubo daños causados por el incendio de algunas
bóvedas, a causa de los cuales algunos cadáveres sufrieron
la acción del fuego. En 1966 hubo otro incendio que no tuvo
mayores consecuencias y más tarde debido a los trabajos de
pavimentación de las calles vecinas, aparecieron
filtraciones de agua.
A partir de ese año se colocaron redes metálicas de
protección para evitar que los visitantes de las catacumbas
tocasen los cuerpos, ya que habían observado que algunos
habían sido de alguna forma deteriorados por la curiosidad
de la gente. Construyeron pequeños altares en las
conjunciones de las galerías y también se pusieron algunas
esculturas.
Estas catacumbas aun en día pueden ser visitadas y
sin duda son uno de los lugares más escalofriantes que se
pueden encontrar pues la mayoría de las veces las momias se
encuentran al alcance de la mano y la muerte se puede
sentir.
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