viernes, 1 de febrero de 2013

MI GRANADA: PLAZA NUEVA

Plaza Nueva es, por méritos propios, la plaza más viva, deliciosa y dinámica del casco histórico de Granada. Gran parte de este amplio y atractivo espacio urbano corresponde con la desaparecida Rahbāt al–Hattābín nazarí, la “Plaza de los Leñadores”, rebautizada más tarde por los cristianos como “Nueva”, dentro del contexto de reformas urbanas ordenadas por los Reyes Católicos entre 1498 y 1515. Aquel vasto programa de reformas implicaba la destrucción de aquella diminuta plaza árabe de los Leñadores -en verdad una triste placeta de reducidas dimensiones- y la demolición de las casas de sus inmediaciones, para edificar en su lugar un nuevo y más grandioso espacio público abierto, una auténtica plaza acorde al gusto castellano, es decir, un elemento del paisaje urbano prácticamente inexistente en la Granada musulmana.
Plaza Nueva sirvió de escenario para grandes acontecimientos de Estado, entre los cuales destaca el traslado de los restos de Isabel y Fernando desde el Monasterio de San Francisco en la Alhambra hasta el descanso final en la Capilla Real, llenando la plaza con una pompa y circunstancia, que de acuerdo con los testigos oculares, no fue vista antes ni igualada después. Incluso participó una delegación de la sufrida comunidad morisca, luciendo sus trajes ceremoniales. Aquí, también, el temido Cardenal Cisneros mandó quemar los miles de libros en árabe que encontró en la Madraza, o universidad islámica (en su mayoría traducciones de obras griegas y latinas) porque creyó, o dijo que creyó, que eran todos Coranes. . . Con posterioridad, conforme avanzaban las décadas, se le irían añadiendo nuevos palacios y edificios institucionales, tanto civiles como religiosos, muchos de ellos ciertamente emblemáticos (como la Real Chancillería), y se embelleció concienzudamente el entorno. Y, finalmente, durante el período 1854–1884 se acometería otro ambicioso programa de reformas urbanísticas, que implicarían las famosas obras de embovedado del Darro, por cuestiones de higiene pública: por entonces aquel río arrastraba tal cantidad de residuos y contaminación, que se hizo urgente, para evitar malos olores y posibles enfermedades, sanearlo, cubrirlo y canalizar sus aguas a través de un túnel soterrado.
Hay que reconocer que, de toda la Granada contemporánea, Plaza Nueva es quizá su mejor representante, o al menos uno de los mejores, dotada como está de esa rara belleza, tan característica,... tan suya; de ese inexplicable ambiente en donde se combinan, a partes iguales, el extraño frenesí que palpita en el constante transitar de sus muchas y variopintas gentes, locales y foráneas, con el aire relajado y bohemio de sus coloridas fachadas, sus coquetas fuentecillas, sus terrazas y bares siempre llenos... Una plaza singular, punto de paso y de encuentro, inundada de colores y matices, sonidos y evocaciones, siempre marcada por la singular monumentalidad de sus edificios, en donde destacan numerosos ejemplos de arte mudéjar, renacentista, manierista, barroco y ecléctico. Y protegida, se podría decir, por la Alhambra, que desde la Torre de la Vela, adelantada sobre la colina de la Sabika, fuente de inflamados versos, parece vigilar impertérrita el devenir de su ciudad.
La Real Chancillería es, sin duda, uno de los edificios públicos e históricos más emblemáticos de Granada. Fue construida por iniciativa de Felipe II como nueva sede de la Chancillería –una especie de Tribunal Superior de Justicia de la época–, de la cual dependían los tribunales del resto de Andalucía, más Extremadura, Murcia, La Mancha y Canarias. Esto da cuenta de la gran importancia a nivel jurídico y administrativo que tuvo Granada en el S. XVI: en sus oficinas se centralizaban todos los asuntos judiciales y penales de la mitad Sur de la Península Ibérica y plazas africanas.
La Real Chancillería se encontraba inicialmente (hacia 1480) en Ciudad Real, pero los Reyes Católicos quisieron trasladarla hasta aquí en 1505. Felipe II le otorgó un nuevo edificio para sede –proyectada ya en 1531– más digna y mejor equipada con nuevas salas de justicia, dependencias anejas, tres patios y una cárcel en la parte trasera. La construcción se realizó sobre un conjunto de casas preexistentes junto al Darro, dentro del ámbito parroquial de Santa Ana. Tal empresa no se limitó exclusivamente a edificar el palacio y la prisión, sino que implicó la modificación total del área, privándola de su aspecto original: los puentes árabes desaparecieron, mientras el río se tapaba, canalizándolo bajo tierra, y superponiéndole un pavimento llano, origen de la actual Plaza Nueva.
La magnífica fachada principal del edificio, finalizada en 1587, es manierista, pero acoge gran cantidad de elementos que preconizan claramente el Barroco, adoptando soluciones tanto constructivas como decorativas ensayadas previamente, con notable éxito, por diversos arquitectos italianos en palacios romanos y florentinos. Constituye así, este edificio, una de las obras maestras de Granada más significativas de su época, y todo un honor para sus diseñadores y artífices, Juan de la Vega y Martín Navarrete. Dividida la fachada en dos grandes niveles, en el inferior destaca la grandiosa portada de piedra gris de Sierra Elvira, con tres puertas: la central, mucho más grande y majestuosa que las laterales, consiste en un gran arco de medio punto enmarcado entre firmes pilastras, con dobles pares de columnas corintias adosadas, de fuste acanalado, apoyadas sobre pedestales realzados de piedra. Por encima, de un frontón triangular partido parece emerger una cartela con la inscripción alusiva a la fundación y embellecimiento del palacio por Felipe II, que, en resumen, declara su intención de crear en Granada un lugar adecuado para impartir justicia dignamente. Las portadas laterales son de menores dimensiones, enmarcadas entre pilastras y protegidas por frontones semicirculares. En el segundo tramo, diferenciado mediante una gran cornisa que abarca toda la horizontal, destaca un gran ventanal central, rematado por un enorme escudo de España flanqueado por las figuras de dos Virtudes: la Fortaleza y la Justicia, reposando simétricamente sobre un frontón semicircular quebrado.
El acceso al palacio se realiza a través de un amplio vestíbulo con cinco arcos sobre gradas que salvan el desnivel natural del terreno. A continuación, desembocamos en el hermoso y amplio patio central, totalmente peristilado, con galería doble en las dos alturas y caracterizado por una gran luminosidad (atribuido a un diseño propuesto por Diego de Siloé). La planta baja exhibe arcos toscanos de piedra gris de Sierra Elvira, y la superior un entablamento cuyo peso reposa sobre zapatas apoyadas en columnas sobre pedestales. La antigua cárcel manifiesta, por otro lado, una curiosa articulación entre sus dos patios, situados a diferente altura, tal vez debido a reajustes del nivel del suelo. Lo más famoso de la Chancillería, sin embargo, es su bella escalera monumental –de tres tramos y cubierta con una magnífica armadura de artesas original– construida en 1578 con el dinero de la cuantiosa multa impuesta al soberbio Marqués del Salar, por negarse a quitarse el sombrero ante los jueces. Se cuenta que el marqués argumentó, furioso, ante los magistrados que el mismísimo Felipe II en persona le había concedido licencia para no tener que descubrirse ante nadie, ni siquiera ante Su Majestad. Enterado del suceso, el rey castigó al marqués sosteniendo que, ante la Ley y la Justicia, hasta el mismísimo monarca “se debía quitar el sombrero”.
Al lado se encuentra la Plaza de Santa Ana, que, al no contar con barreras arquitectónicas o urbanas claras, resulta a primera vista algo difícil de distinguir de Plaza Nueva –y para muchos, son en general la misma cosa–. En uno de sus laterales destaca, adosado a un muro, el bello Pilar del Toro, última obra ejecutada por Diego de Siloé en Granada, justo antes de su muerte. Este pilar escultórico, en principio, tenía otro emplazamiento en la calle Elvira, pero en 1941 el alcalde Gallego y Burín ordenó su traslado a esta su actual ubicación. El robusto pilón de mármol gris presenta un grácil abombamiento o curva “en pecho de paloma”.
El frontal de pilar presenta dos originales figuras masculinas semidesnudas, de cuerpo entero, sentadas casi simétricamente en el borde del pilar, con las piernas cayendo fuera del pilón. Sobre sus fornidos hombros sostienen dos cántaros de donde surgen los caños de agua. En medio, presidiendo el conjunto, destaca una fabulosa talla en piedra de una cabeza de toro, enmarcada por dos lápidas laterales, y de cuyo hocico surgen otros dos caños surtidores. Abajo un bajorrelieve acoge una pareja de peces en movimiento. Un escudo de Granada antiguo, coronado con volutas y un jarrón con flores y frutas, remata el conjunto de esta bellísima fuente urbana. El agua del pilar es potable, y sirve de generoso refresco para los sedientos durante todo el año.
La Fuente de Plaza Nueva es posiblemente una de las más bellas y artísticas de toda Granada, y, que se sepa, está aquí desde al menos 1881, si bien es claramente anterior por su estilo. Hecha en piedra gris de aspecto casi marmóreo, luce un gran pilón octogonal con el peculiar aspecto de “pecho de paloma” en los bordes, más cuatro graciosas cazoletas en los lados menores, para recoger el agua. Su armonioso balaustre recuerda un ánfora romana, orada con sencillos relieves semiesféricos. Las leves ondulaciones del borde de la primera taza dejan caer el líquido con notable elegancia. El siguiente pedestal, con forma de pie de copa, sostiene una segunda taza invertida respecto a la inferior, y rematada por una graciosa granada surtidora.
La Iglesia de Santa Ana y San Gil fue nombrada templo parroquial en 1501, si bien su construcción no empezó hasta fecha tan tardía como 1537, en base a un diseño de Diego de Siloé, ejecutada por el maestro albañil Alonso Hernández. La iglesia se erigió sobre la primitiva mezquita Jīma Almanzora, de la que actualmente sobrevive solamente el minarete, aunque transformado, como de costumbre, en una estilizada torre-campanario de estilo mudéjar. Tan esbelta torre destaca, efectivamente, por su maravillosa ornamentación de aires moriscos, recuerdo del anterior alminar: una pequeña pero elegante ventana geminada en el tramo medio, decorada con gran profusión de azulejos mudéjares en el alfiz, y una delicada columnilla de mármol blanco como parteluz; o la peculiar corona del campanario, con aires de templete, con losetas alternando en blanco y verde formando diversos motivos geométricos, fruto de las expertas manos de los artesanos moriscos del siglo XVI.
Una visita a las entrañas de Santa Ana nos permitirá descubrir su fantástico tesoro artístico: de José de Mora, tenemos soberbias tallas como una Dolorosa, un San Bartolomé y un Cristo del Sepulcro; de José Risueño una Virgen de la Esperanza; etc. El retablo consagrado a la Virgen de la Rosa, de la escuela flamenca, no es, desde luego, menos interesante a nivel artístico. Tras la desaparición de la Iglesia de San Gil –cuyo culto se adscribió al de la Iglesia de Santa Ana–, hacia 1868 se reunió en una sola gran plaza las tres placetas anteriores, confluyendo en un solo espacio los ámbitos de poder municipal, judicial y eclesiástico. Hacia 1880, desapareció también el llamado Puente de al–Hachimīm, que en época cristiana se conoció como Puente de Santa Ana.
 La Carrera del Darro, a continuación, es una de las calles más bellas, románticas y singulares de Granada: una larga y sinuosa vía de pavimento empedrado, de claro gusto medieval –estrecha por momentos–, que discurre al lado del cauce del Darro bajo la impresionante masa de la Alhambra y sus bosques de álamos, cipreses, castaños y avellanos.
Pensando en la tranquilidad de los viandantes, se restringe el acceso por ella a vehículos motorizados bajo ciertas condiciones: acceso libre total a los transportes públicos (autobús y taxi) y vehículos “con tarjeta” (es decir, de residentes en el barrio). A pesar de tales medidas, son frecuentes los embotellamientos, en una calle angosta, de un solo sentido, y siempre plagada de peatones y ciclistas.Al otro lado del río, colindante con el bosque alhambreño, se descubre un paisaje de graciosas casitas y callejuelas retorcidas y empinadas, que parecen trepar por la misma ladera de la Sabika, aprovechando los caprichosos escalonamientos naturales del terreno. Unos doscientos metros más adelante el río hace un recodo, y sobre un pequeño saliente se emplaza la Iglesia parroquial de San Pedro y San Pablo.
La Plaza Nueva de Granada ha sido y sigue siendo un verdadero foro de la vida granadina. Durante vuestra estancia en Granada se interpondrá en vuestro camino más de una vez.

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