martes, 29 de enero de 2013

OBJETOS COTIDIANOS: LAS PINZAS DE LA ROPA

Miramos las pinzas con desdén, como miramos todo aquello que damos por supuesto. Nuestros padres nos hablan de un mundo sin teléfonos móviles, nuestros abuelos de un mundo sin ordenadores y nuestros bisabuelos de un mundo sin coches. Pero nadie recuerda un mundo sin pinzas. Es un invento humilde y ordinario, que no nació de la inspiración de un creador empeñado en facilitar a la humanidad las labores cotidianas. Surgió de la necesidad y el ajuste paulatino, del ensayo y el error.
Las primeras pinzas de ropa se atribuyen a los shakers. Los ascéticos seguidores de Ann Lee, que a finales del siglo XVIII emigraron de Inglaterra a la costa Este de Estados Unidos, basaban su vida en la austeridad, la renuncia a los placeres mundanos y la búsqueda de la virtud. El trabajo duro y la vida despojada de lo superfluo convirtió algunos de los objetos manufacturados por sus miembros en obras de calidad, valoradas fuera de la comunidad shaker y exaltadas por movimientos artísticos posteriores como paradigma de rigor y racionalidad. El ornamento era interpretado como una innecesaria muestra de opulencia, así que los instrumentos fabricados por estas comunidades respondían de manera estricta a la función para la que habían sido concebidos. De este modo nacieron las primeras pinzas: piezas de madera con una hendidura que permitía fijar las prendas a una cuerda para facilitar su secado.(os preguntareis quien era los shakers,o quizas no,por si acaso proximamente publicare una entrada en la que descubrieis sus origenes e historia).
A lo largo del siglo XIX, muchos intentaron desarrollar la idea de las comunidades shaker y definir una pinza útil, refinada y universal. Entre los años 1852 y 1887, la Oficina de Patentes de Estados Unidos registró más de 140 variantes, si bien la gran mayoría respondían al esquema original utilizado por los religiosos americanos. De entre todas las pinzas diseñadas en el siglo XIX, fue la de D. M. Smith de Springfield, Vermont, la que se consolidó como la más popular. Su sistema consistía en dos piezas de madera talladas, unidas por un hilo de acero que, doblado y tensado, las mantenía unidas y conservaba la presión entre las dos partes de la pinza. Poco ha variado el diseño de este objeto en los últimos ciento cincuenta años.
Sólo la aparición de nuevos materiales a mediados del siglo XX introdujo variaciones sustanciales en el diseño de Smith. Los polímeros abrieron nuevas posibilidades formales para las pinzas, del mismo modo que para muchos otros objetos. En 1944, Mario Maccaferri comenzó a producir una pinza de plástico duro que supuso un punto de inflexión en la historia de estos instrumentos: a partir de ese momento, el polietileno y el polipropileno comenzaron a convivir con la tradicional madera de haya. Esto permitió variantes en el diseño original: si el tallado de la madera exigía esfuerzo para dar forma a unos rebajes que fijasen la pinza a la cuerda, los polímeros podían ser moldeados sin dificultad para mejorar sus prestaciones y admitían nuevos sistemas para la fijación de las dos piezas que forman la horquilla. El precio de producción también era competitivo, algo fundamental en un producto cuyo coste ha de ser necesariamente contenido, de modo que las pinzas fabricadas con plásticos comenzaron a hacerse populares. Y con ellas, una variedad de colores desconocida hasta ese momento en los tendales.
El artista sueco Claes Oldenburg colocó en medio de una plaza de Philadelphia una descomunal pinza de más de 13 metros de altura en 1976, como uno de sus ejercicios de réplica a gran escala de objetos cotidianos. La pinza se convertía así en icono, descontextualizada y ampliada hasta el absurdo, aunque fue precisamente su insignificancia lo que llevó a Oldenburg a recurrir a ella. La pinza quizá sea uno de los objetos más anónimos de cuantos nos rodean. Como por ironía, su inventor tenía el apellido más común en los países de habla inglesa, Smith, y vivía en una villa cuyo nombre es el topónimo más repetido en Estados Unidos, Springfield. Todo parece encajar para hacer de la pinza un objeto insignificante. Pero, como todo gran avance, sólo llegaríamos a valorarlo en su justa medida si algún día nos faltase.

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